jueves, 7 de abril de 2011

Coomeva

Era 1998 y yo empezaba en el periodismo. Necesitaba comer y aceptaba de todo. Fue así como terminé haciendo el video oficial de Carlos Alonso Lucio para las elecciones de ese año. Era un estudiante y para vivir hice muchas cosas de las que no me siento orgulloso; supongo que así se debe sentir Shakira cuando le recuerdan que la TV y Novelas la eligió alguna vez como el mejor culo de Colombia.

En una de esas me propusieron escribir el libreto para el video institucional de Coomeva y yo me entregué, como siempre, por monedas.

Pero todo lo que se hace en esta vida se paga en esta vida (ahí tenemos el final de Misael Pastrana y con suerte seremos testigos del de Andrés) y haberme vendido a una EPS me está pasando factura.

Si usted tomó la decisión de afiliarse a Coomeva después de haber visto el video que escribí, le pido me disculpe por todos los inconvenientes haya podido causarle. Al parecer mi poder de convencimiento es tal que yo mismo terminé afiliado a ella.

Fue hace seis años y a la fecha no había tenido que lidiar con ella (porque en este país uno no interactúa con las compañías de servicio al cliente, las enfrenta como en una corrida –siendo uno el toro que tiene las de perder-), pero quiso el destino que empezara a pagar pronto mi deuda y en menos de un mes me tocó acercarme dos veces a una de sus oficinas.

Uno llega a un centro de atención de Coomeva e instintivamente sabe que lo van a devolver porque algo está incompleto, mal redactado, mal fotocopiado. Siempre hay alguien dispuesto a decirle que no a lo que sea que uno pida.

Tiene unas cosas llamadas UBA y otras bautizadas como SIP y yo creo que ahí radica todo el problema: uno como usuario se preocupa no por la vuelta que tiene que hacer sino por lo que significan tales siglas. A partir de allí, todo rueda cuesta abajo. Antes, en materia de salud se decía que alguien estaba como una uva para expresar que gozaba de buena salud. Ahora se me ocurre que el opuesto viene siendo estar como una UBA, vuelto mierda.

Para la primera diligencia esperé hora y cuarenta y cinco minutos para un certificado que me dieron en cincuenta segundos. Para la segunda, algo más complejo, tomé el número 20 e iban en el 79, es decir que casi me iba mejor si esperaba mi turno en rever (cómo me gusta decir rever).

Y digo más complejo porque si bien la espera fue similar, la primera vez era para entrar a un trabajo, y en este país nadie quiere trabajar, mientras que la segunda era para pedir traslado de ciudad de un paciente.

La vuelta me tomó toda una mañana porque nunca hay coherencia entre el número de ventanillas que funcionan y la cantidad de usuarios en el recinto, pero también porque estaba en el lugar equivocado y nadie me lo había dicho.

Mientras al paciente se lo come vivo un cáncer, la EPS le roba a uno cuatro horas (la sexta parte de un día en la vida de una persona) para radicar una carta y empezar a darle trámite, que dicen que tarda entre diez y doce días. ¿Cuánta burocracia le sobra a una empresa que necesita doce días para darle luz verde a un pedazo de papel?

Yo contaba las horas que ya había esperado y los días que faltaban para que se pudiera hacer el traslado y me llenaba de furia. Los que esperaban en la fila trataban de calmarme, diciendo que me había ido bien, que ya había pasado todo.

Y lo peor es que tenían razón. En medio del caos que es este país, al paciente en cuestión no le ha ido mal. Coomeva le ha dado exámenes, un cuarto de hospital para él solo y la atención constante de médicos y enfermeras. En lugar de quejarme le quiero es agradecer.

Solo me gustaría que en materia administrativa mostraran la misma eficacia. Ante el pedido no sabe uno si es un descarado que se pone a exigir en tiempos de crisis, o si por el contrario ha crecido comiendo mierda por tantos flancos que cualquier cosa que salga bien lo agradece como un milagro del cielo que quizá no merece.

El hecho es que lo bueno que hacen en sus clínicas lo destrozan en sus UBAS. Dígame usted qué hacer cuando el funcionario que recibe la carta exige que sea entregada directamente por el afiliado, pero el afiliado lleva una semana en una cama de hospital penetrado por más agujas que las que su cuerpo puede resistir? ¿Por cuál ventanilla empezar a destrozar el lugar?

Coomeva acaba de abrir banco y ya me veo haciendo el guión de su video promocional porque necesito el dinero, y luego abriendo una cuenta con lo que me paguen, porque nada me causa más ilusión que la posibilidad de perder los ahorros de mi vida a manos de una entidad bancaria.

Aunque dicen que la venganza es un plato que se sirve frío, yo prefiero los actos pasionales que se llevan a cabo en el momento y causan arrepentimiento después. A mi salida de la UBA oriné en el letrero con letras de bronce que decía “Somos su opción en salud”. Espero que entiendan que no fue una venganza, sino una prueba para ver cuántos días tardan en entregar los resultados de unos exámenes de orina.