Las idas al supermercado son un chiste. Te da pena ser soltero y pasearte por las góndolas cargando una humilde canasta con un desodorante, una gaseosa familiar y un paquete de salchichas. Has desistido ya de los condones y ahora en tu billetera cargas dos curitas.
Tratas de esconder tu compra, en especial de las parejas jóvenes, felices porque empiezan a hacer mercado grande, casi de familia, con vinagre balsámico, aceite de oliva, pan extrafino aliñado, cerveza premium y jamón serrano.
Luego te cruzas a una mujer y miras su canasta para hallar productos que los unan. También hace compras para uno, pero ser mujer soltera es sin duda más sexy que ser hombre y no tener pareja, aunque las dos cosas puedan llegar a ser igual de desesperantes.
Ella tiene comida enlatada y pescado congelado; unas especias. Manzanas y uvas; verduras varias para mantener la línea. En lo que tú calculas qué plato se podría preparar entre tus compras y las de ella, has sumado a tu canasta un paquete de seis chocolatinas Jet y dos limones (para las salchichas). La verdad es que no te ayudas.
Han cambiado tus lugares de conquista. Estudiar en un colegio de hombres hizo que esperaras por años entrar a la universidad, pero en diez semestres de carrera todas las mujeres te pasaron por encima. Luego fueron los bares, las bibliotecas, las tiendas de Blockbuster que quebraron, los restaurantes, las fincas de tierra caliente a donde iban solteras que nunca llenaron tus requisitos.
Ahora vas al supermercado, pero pronto serán los consultorios en donde tarde o temprano tendrás que chequearte una dolencia menor. Allí seguramente te fijarás en una mujer de buena salud, aunque preocupada por la presencia de un cuerpo extraño en una de sus tetas. Aun son jóvenes para ser viejos, pero les sobran años para considerarse jóvenes. El desespero es también una excusa para enamorarse.
De vuelta al supermercado llegas a la caja. La gente te observa, se pregunta qué puede hacer un hombre de tu edad con salchichas, chocolatinas, gaseosa, limones y un desodorante. Seguro te visualizan en la soledad de tu sofá de tres puestos consumiendo cada uno de los productos y sientes por primera vez que ser soltero no es una comodidad sino una carencia.
Hacer mercado ha perdido su gracia. El hecho de pasearse por entre las góndolas con la misma vocación depresiva de Nick Drake, pero sin su talento, no sirve de nada.