La fantasía más recurrente del hombre cobarde es la de estallar ante la menor falla del sistema. Hay que ver la tensa calma que se respira en el centro de atención al cliente de una empresa de telefonía celular, o el aire pesado que invade una fila de banco cualquiera.
Bastaría con que uno solo alzara la voz para que el resto se lanzara en bandada detrás de él, le arrancara la ropa a la cajera, la violara y tomara el dinero a la fuerza para luego salir de allí. La furia iría en aumento, paralela a la cadena de mando, y los desmanes incluirían secuestrar al celador para amenazarlo con su revólver de dotación, entrarle a golpes al gerente y ponerlo a andar desnudo mientras pide disculpas y llegaría hasta el presidente de la compañía, que a la hora de los disturbios estaría jugando golf.
Pero somos cobardes, lo que quiere decir que, ya no el dueño del banco sino la vida misma, puede pasar por encima de nosotros las veces que se le dé la gana sin que hagamos algo al respecto.
A veces la vida abusa tanto que cuando quiere noquear a un hombre golpeado, este se convierte en una horda salvaje capaz de acabar con todo ante la menor provocación. El año pasado, una medida que parecía del montón provocó un intento de golpe en Ecuador. La Policía quiso derrocar a Rafael Correa cuando supo que planeaba recortar sus beneficios salariales. ¿A cuántos les han rebajado el sueldo y no han hecho otra cosa que volver derrotados a casa?
En Ecuador, aprovechando que los agentes se habían declarado en huelga, el ciudadano común que no tenía nada que ver en el asunto vio una oportunidad para vengarse de la vida. Así, por las calles de Quito se vieron civiles cargando neveras importadas que no habrían podido adquirir ni empeñando a sus hijos. Lo curioso es que si usted ha ido a Ecuador debe saber lo sumisos y amables que parecen sus habitantes. Temerosos sería otra forma de decirlo.
Las imágenes de los saqueos me hizo recordar la muerte de mi tío Jaime, que iba manejando de Barranquilla a Santa Marta cuando por esquivar un perro se desvió de la carretera y cayó sobre el techo de una casa, matando a sus habitantes. Inmediatamente los vecinos salieron con palos a lincharlo, lo que al final consiguieron. Se trataba de gente que se dedica a pescar, vender gaseosas y dar indicaciones al que está perdido. Gente amable que explotó como si la vida le hubiera hecho algo malo y tuviera que desquitarse al primer respiro que les diera.
Por estallar cuando ya no queda aguante es que protestan los mototaxistas en Barranquilla y que los egipcios tumban a Mubarak. Habría que averiguar qué le paso a la gente para que de un momento a otro empezara a hacer reggaetón. Lo ignoro, pero debió ser algo terrible.
Hay que ver la furia que experimenta uno cuando el internet se pone lento, y la rudeza con la que es capaz de tratar a un representante de servicio al cliente. Si eso pasa cuando es un solo usuario el que se ve afectado, el derrocamiento de Mubarak por dejar a todo un país sin redes sociales era cosa cantada.
Si el egipcio se hubiera preocupado por preguntarle a Carlos Slim los riesgos que implicaba su medida, hoy seguiría gobernando. A la gente de hoy la puedes dejar sin comida, pero no sin Youtube.