domingo, 20 de febrero de 2011

Mi hija me toca

Es un juego que me enseñaron esta mañana. Se trata de entrar a Google y empezar a escribir cosas en la barra del buscador a ver qué sale.

De primerazo, lo aterrador es descubrir que Google tiene cerebro propio y es capaz de recordar los pedidos de sus ochocientos millones de usuarios en todo el mundo. ¿Cómo se sabe que son ochocientos? Buscando en Google. Aquí ya no hay escapatoria y lo que antes era una simple página de internet
algún día nos va a hacer caer en cuenta de que estamos saliendo de la casa con medias de diferente color.

En este juego se empieza escribiendo pendejadas, como el propio nombre. Halla uno entonces que Google le bota de primerazo a Adolfo Domínguez, un diseñador español, antes que a Adolfo Hitler, lo que sin mucho análisis quiere decir que a la gente la seduce más los modistos que los dictadores. Y no es tan descabellado si se analiza lo rápido que vuela la ropa con descuento de Zara.

Pero luego uno se aburre y empieza a buscar cosas con morbo y pone frases como “Quisiera ser…” y aparece primero “un pez”, seguido de “millonario”, “alcohol” y “Alejandro Sanz”. Bien por Juan Luis Guerra y su canción, pero mal por el mundo. Habiendo tantos que prefieren ser un pez antes que hacer dinero se entiende que haya tanta gente pasando hambre. Ya ser una botella de aguardiente o Alejandro Sanz significa estar muy jodido en esta vida.

Pero la cosa toma una dimensión oscura, casi de asco, cuando se escribe “Mi hija me…” y aparece Mi hija me toca. Aunque no me gusta la Iglesia, sí creo que tiene razón cuando dice que la Familia está en crisis. Sin embargo, ni la más apocalíptica visión del Papa podría prever que el problema de todo es que las hijas tocan a sus padres, en especial mientras duermen.

Las opciones alternas que arroja Google no son menos desalentadoras: mi hija me odia, mi hija me gusta, mi hija me miente.

No son buenos tiempos para los padres, que nos extrañan y nos llaman desesperados para que almorcemos con ellos, no para que los toquemos (al menos no sexualmente), los odiemos o les mintamos.

Todo apunta a que tampoco es buena la situación de los hijos. Pasó hoy que en Codazzi un niño murió ahogado al caer en una lavadora por descuido de sus padres, mientras que en Bogotá un hombre llevó a la Plaza de Bolívar el cadáver de su hijo para hacer notar al mundo que había sido asesinado por oponerse a participar en un asunto de falsos positivos.

Es al enterarse de todo lo malo que pasa en el mundo, y en Google, cuando uno, que siempre soñó con tener una pequeña llamada Fiona que fuera hermosa, brillante, malvada y rompiera el corazón de todos los hombres, agradece no tener descendencia.