Tu cuerpo contiene tantas bondades que no sé por dónde empezar. Lo que más me gusta es la calidad de tu piel. El color, la textura, a lo que huele; en especial a lo que huele. No es perfecta, pero se puede andar por ella sin contratiempos. Yo podría casarme no contigo, sino con la piel que te envuelve.
Cuando te beso debería concentrarme en tu boca, como ordena el manual, pero tiendo a desviarme hacia una cicatriz que tienes en el pómulo derecho, que es de los pocos defectos de tu epidermis. Ese, y una mancha casi imperceptible en el brazo del mismo lado. Tienes un tímpano perforado, pero eso es tan adentro que ni se ve, y además te lo hiciste de torpe, así que no vale.
Tu culo diminuto suele venir a mi cabeza cada tanto, trata de que no crezca ni un centímetro. Tus piernas, no tan largas, pero sí huesudas, se parecen a tus brazos, terminados en manos grandes pero delicadas. Tus pies son tu posesión más valiosa aunque los odies, tienes suerte que usar zapatos sea una obligación en este mundo de porquería en que vivimos.
Luchas a diario contra tu capul, y debo decir que aunque me gusta, él es el culpable de que me inspires más ternura que sexo. Se forman remolinos al comienzo de tus cejas y cuando ríes se te hace un pequeño hueco al costado derecho de la boca del que no creo que seas consciente. Ese par de detalles, aunque evidentes, no me van ni me vienen a la hora de entender qué siento por ti.
Tu cuerpo contiene tantas bondades que no sé cómo terminar. Solo te pido que no me hagas hablar de tus tetas, que no importa lo que digan científicos y teólogos, tus tetas son la respuesta a todo.