jueves, 30 de junio de 2011

El fantasma de mi padre

Pasa que tu padre recién muerto vuelve a tu cabeza un jueves en la tarde aunque no tengas ningún recuerdo de él en ese día en particular. El mío suele llegar en las madrugadas para quitarme el sueño.

Redacto esto a las 3 a.m., la única hora posible.

Es común pensar que los muertos no tienen nada mejor que hacer que quedarse en el mundo de los vivos con ganas de conversar. “No saben que están muertos”, dicen algunos, como si los muertos fueran idiotas. A mí no me cabe que alguien que en vida fue inteligente no capte que después de un paro respiratorio las cosas ya no son lo mismo.

A todo muerto cercano que conocí (mi abuela, una amiga que asesinaron) le hablo en voz alta, deseándole bienestar y pidiéndole que no se aparezca. Con mi papá no he podido, prefiero callar, temeroso de que mi voz lo atraiga. Yo temo que a mi padre le de por visitarme a contar que está bien –o que muere de tedio porque en el mundo de los difuntos siempre es domingo en la tarde- y me cause el trauma que no me causó cuando vivía.

Trato también de no pasar por lugares donde estuve con él, de hecho, no duermo en el que era su cuarto. Para ir a la segura estoy durmiendo en otra casa, pero aun así, cada ruido, cada pedazo de madera que traquea es él que se tropieza con algo. Invadido por el pánico, cada noche soy preso en la habitación donde duermo y sólo salgo de ella en la mañana, cuando los corredores de la casa son menos inseguros. Es un milagro que no haya orinado la cama.

Ignoro si los muertos tienen la habilidad de visitarnos en sitios donde nunca estuvieron, pero no me confío. De hecho me sorprende que puedan ir de la morgue del hospital en que fallecieron al lugar donde uno se encuentra. Con lo complicado que es conseguir la visa en vida, si yo muriera iría a Londres y Nueva York en vez de quedarme en la ciudad donde viví cincuenta años.

Culpo de todo mi miedo a mi abuela materna, que si bien no se ha manifestado de muerta, viva me hacía gritar de terror cuando decía que la bruja de El mago de Oz (una señora de cara verde, voz chillona y más maldad que todo el sistema financiero) iba a venir por mí si no me tomaba la sopa. Supongo que es por crueldades como esa que gente como ella arde en el infierno. Y si tiene algún problema, que venga y me lo diga.

Por estos días, a manera de emergencia, duermo con mi madre. Su compañía ha servido para quitarle a mi padre la tentación de manifestarse. Ella, que ahora me sirve de escudo, vendrá a asustarme el día que muera. Creo que es hora de buscarme una esposa que no le tema a los fantasmas.