lunes, 2 de julio de 2012

Cibertristeza

No estoy bien desde que supe que el amor de mi vida se casó con un tipo que usa gomina. Se conocieron por Facebook y se enamoraron por chat de BlackBerry; yo me enteré de su matrimonio por Twitter. Twitter me deprime a la manera en que se deprimen los adolescentes enamoradizos, nada serio en realidad. 

Tengo, en cambio, una amiga que es adicta a Twitter y sí se deprime en realidad, en parte porque está médicamente comprobado que la depresión ataca más a las mujeres que a los hombres.

Tiene unos veinte mil seguidores y me cuenta que pasa horas en la red social haciendo nada, tuiteando y leyendo tuits. Se acuesta tarde en la noche y le toma horas dormir porque la agobia el sentimiento de culpa por haber perdido el tiempo.

Es posible que mi amiga, usted y yo suframos de una enfermedad llamada Fomo, que no es otra cosa que espiar en internet a otras personas con la intención de  comprobar que tienen una vida mejor que la nuestra.  Todos los días estamos expuestos a tantas toneladas de videos y fotos de nuestros amigos que no nos queda otra que envidiarlos. Enfermedades ridículas con nombres ridículos que se adaptan perfecto a los tiempos ridículos en que vivimos. Parece increíble que podamos odiar nuestra vida porque a nuestro perfil de Facebook le hacen falta más álbumes de paseos a tierra caliente.

Hay días en los que me quedo quieto frente al computador, como un zombie, mirando durante horas el timeline, los retuits y las menciones. Procrastino y aplazo mis obligaciones. Luego tomo fuerzas y empiezo a trabajar, pero ya estoy lleno de odio por haber perdido toda la mañana, igual que mi amiga.

Twitter nos vuelve cínicos, irónicos, y la ironía genera violencia. Yo tengo días en los que después de tuitear me siento desgastado, como cuando me iba a los golpes en el colegio o tengo un orgasmo culposo. Se siente uno una mala persona luego de haber botado energía de mala manera.

Pero Twitter no es malo, da para todo y ni el mismo tipo que se lo inventó sabe para qué sirve. Gustavo Petro ha gobernado a Bogotá desde su cuenta, la gente convoca marchas, se indigna por intrascendencias y por temas serios, propone campañas sociales y populariza hashtags. No importa lo que creamos y lo mucho que redactemos mensajes de hasta 140 caracteres, el mundo no se cambia desde Twitter.

Un hashtag es como un adjetivo: sirve para demostrar nuestra impotencia en el uso del idioma. Existen unos impresentables como #NoEsQueSeasPerraPero, que tiene el honor de haber sido hace poco el Trending Topic número uno en Colombia. Hay otros no tan malos, y en ocasiones no puedo resistirme y participo. Cada vez que uso un hashtag siento que acabo de enterarme de que el amor de mi vida se casó con un tipo que usa gomina, o que me doy golpes en el colegio. O que tuve un orgasmo culposo.

No hay hashtags buenos así como no hay orgasmos placenteros. Todo es una burbuja. De golpe el amor de mi vida no era el amor de mi vida, y lo que tengo no es despecho sino un grave caso de Fomo. Imposible no odiarse por ser víctima de esta tristeza de tres pesos, una cibertristeza.

Publicado en la edición de junio de la revista Enter. www.enter.co