Tengo, en cambio, una amiga que es adicta a Twitter y sí se
deprime en realidad, en parte porque está médicamente comprobado que la
depresión ataca más a las mujeres que a los hombres.
Tiene unos veinte mil seguidores y me cuenta que pasa horas
en la red social haciendo nada, tuiteando y leyendo tuits. Se acuesta tarde en
la noche y le toma horas dormir porque la agobia el sentimiento de culpa por
haber perdido el tiempo.
Es posible que mi amiga, usted y yo suframos de una
enfermedad llamada Fomo, que no es otra cosa que espiar en internet a otras
personas con la intención de
comprobar que tienen una vida mejor que la nuestra. Todos los días estamos expuestos a
tantas toneladas de videos y fotos de nuestros amigos que no nos queda otra que
envidiarlos. Enfermedades ridículas con nombres ridículos que se adaptan
perfecto a los tiempos ridículos en que vivimos. Parece increíble que podamos
odiar nuestra vida porque a nuestro perfil de Facebook le hacen falta más
álbumes de paseos a tierra caliente.
Hay días en los que me quedo quieto frente al computador,
como un zombie, mirando durante horas el timeline, los retuits y las menciones.
Procrastino y aplazo mis obligaciones. Luego tomo fuerzas y empiezo a trabajar,
pero ya estoy lleno de odio por haber perdido toda la mañana, igual que mi
amiga.
Twitter nos vuelve cínicos, irónicos, y la ironía genera
violencia. Yo tengo días en los que después de tuitear me siento desgastado,
como cuando me iba a los golpes en el colegio o tengo un orgasmo culposo. Se
siente uno una mala persona luego de haber botado energía de mala manera.
Pero Twitter no es malo, da para todo y ni el mismo tipo que
se lo inventó sabe para qué sirve. Gustavo Petro ha gobernado a Bogotá desde su
cuenta, la gente convoca marchas, se indigna por intrascendencias y por temas
serios, propone campañas sociales y populariza hashtags. No importa lo que
creamos y lo mucho que redactemos mensajes de hasta 140 caracteres, el mundo no
se cambia desde Twitter.
Un hashtag es como un adjetivo: sirve para demostrar nuestra
impotencia en el uso del idioma. Existen unos impresentables como
#NoEsQueSeasPerraPero, que tiene el honor de haber sido hace poco el Trending
Topic número uno en Colombia. Hay otros no tan malos, y en ocasiones no puedo
resistirme y participo. Cada vez que uso un hashtag siento que acabo de enterarme de que el amor de mi vida se casó con un tipo que usa
gomina, o que me doy golpes en el colegio. O que tuve un
orgasmo culposo.
No hay hashtags buenos así como no hay orgasmos placenteros.
Todo es una burbuja. De golpe el amor de mi vida no era el amor de mi vida, y
lo que tengo no es despecho sino un grave caso de Fomo. Imposible no odiarse
por ser víctima de esta tristeza de tres pesos, una cibertristeza.
Publicado en la edición de junio de la revista Enter. www.enter.co