A
mi edad, mi padre tenía cuatro hijos, había pasado por dos matrimonios y
sostenía una casa sin ayuda de nadie. Una casa de verdad, no esos remedos de
hogar que son los apartamentos de ahora. Cuatro cuartos, tres baños, cuarto del
servicio, una sala y dos comedores, antejardín, jardín, porche, patio cubierto
y patio con árboles de guayaba, papaya, granada y una vid con la que mi mamá
hacía hojas de parra y yo me comía las uvas verdes. Teníamos dos perros, no
sabíamos lo que era una lavadora y la ropa se secaba al sol, como Dios manda.
Estábamos lejos de ser ricos, sólo que antes la vida era igual de dura, pero
más barata.
A
mi edad, mi padre sostenía un hogar y era calvo, canoso y no hacía ejercicio;
todo lo contrario a mí, que vivo en arriendo y no tengo familia ni matas ni
mascotas por cuidar. De golpe, antes ser adulto significaba volverse
sedentario, responsable y lucir más viejo de lo que se era. Adultos eran los de
antes.
Lea la entrada completa en http://bit.ly/NXHDWO