Vidal,
el de primaria, vestía de camisas azules o blancas de manga corta, olía a
perfume y nos pegaba por lo que fuera: llegar tarde, sudar en recreo,
pelearnos. Era impredecible. Podía estar de buen humor y transformarse al
minuto siguiente. Nos ordenada que sostuviéramos las manos sen el aire con las
palmas mirando hacía el suelo y las golpeaba tan duro que las dejaba rojas. Nos
daba con furia, como si se estuviera vengando de algo malo ocurrido en su niñez
en la Madre Patria.
Por
cuenta de eso empecé a odiar a España, a desagradarme más de lo que me gustaba.
Ocurrió igual cuando la conocí. Gran país al que espero volver siempre, pero no
dejo de sentir dolor por la Conquista, la Colonia, la Inquisición y los golpes
de Vidal, que seguro se está quemando en el Infierno junto a otros sacerdotes
como él.
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