¿Ya
dije que ocurrió en la sala de espera de Avianca? La VIP que tiene la aerolínea
en el aeropuerto de Cartagena y que cuenta con televisor de plasma, computadores
para conectarse a internet, baño privado, pasabocas, bebidas con y sin alcohol
y desde la que no hay que hacer fila para subirse al avión. Yo, que toda la
vida me he negado a sacar tarjetas de privilegio porque creo que para lo único
que sirven es para generar más violencia, me vine a encontrar con esta mujer
gracias a una amiga que tiene cuanta tarjeta platino existe en el mercado
porque no piensa como yo y tuvo la gentileza de invitarme.
El
nombre de la mujer me lo guardo. El asunto es que la conocí en casa de mi
familia durante unas vacaciones en Santa Marta y me tomó dos segundos
enamorarme (los mismos dos segundos que necesité para reconocerla ahora). Ella,
en cambio, se enamoró de mi primo, que era lo usual. Mi primo y yo nos criamos
juntos, éramos inseparables. Nos gustaba lo mismo, hasta las mujeres, pero
ellas siempre se fijaban en él. Gracias a él crecí con un buen amigo y lleno de
amores frustrados que pusieron lo suyo para convertirme en el misógino de
tercera que soy hoy.
Vuelvo
a la escena del aeropuerto de Cartagena. Estaba ella con un señor calvo y gordo
que parecía ser su esposo porque no era ni muy cariñoso ni muy distante. Yo,
que todavía conservo algo de pelo y aún no he perdido la batalla contra la
grasa abdominal, sería sin duda más amoroso si me diera la oportunidad.
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