Empalada,
como en la Edad Media. A mí me hablan de empalamiento y pienso en Drácula, no
el personaje de ficción, sino en el príncipe Vlad, ‘El empalador’, conocido por
su fanatismo a atravesar a sus enemigos con una estaca. Yo me enteré de que una
mujer había sido empalada y pasé de la sorpresa a la tristeza, de la tristeza
al desconcierto y de ahí al pánico: lo mismo puede pasarle a mi madre, a mi
hermana.
Luego
salió el traumado que vive en mí y me acordé del afiche de una película llamada
‘Holocausto Caníbal’. Nunca la vi pero no olvidaré que en el afiche promocional
salía una mujer empalada; desnuda y bañada en sangre. De niño, ese póster me
causaba excitación y terror en igual medida.
Siempre
supe que la imagen marcaría el resto de mi vida, aunque me decepcioné cuando
salió la noticia de que la película, que se vendía como un documental real, era
en realidad una historia de ficción. Yo hubiera preferido que fuera verdadera
porque así me excitaba más. Desde entonces tengo fantasías muy cochinas, muy
bajas, ideas que nunca haré realidad, es la única forma de tener una vida
sexual sana. A diferencia del violador de Rosa Elvira, que al parecer es el
tipo de persona que disfruta que su víctima sufra.
Empalada.
Nos conmovimos porque estamos acostumbrados a la violencia política, a que los
carteles de la droga se maten entre sí, pero esta violencia sicópata que parece
importada de Estados Unidos nos vuelve vulnerables. Ya no basta retar a la
muerte por andar en cosas ilícitas, es suficiente salir a la calle. A Rosa
Elvira Cely la violaron por el hecho de ser mujer y la dejaron morir por ser
pobre.
El
crimen también desnudó al periodismo, que se cansó de usar los términos
acuñados “atroz crimen” y “brutal asesinato”, con sus variaciones “atroz
asesinato” y “brutal crimen”. Usar adjetivos es violar el idioma. La semana
pasada no fue buena para el país: una mujer fue asesinada y los periodistas
volvimos a demostrar que no sabemos expresarnos.
La
conmoción fue tal que hasta el Procurador repudió el hecho pese a ser un
nostálgico de los tiempos de la Inquisición, que empalaba a los impíos a la
mejor manera del príncipe Vlad. Se pronunció el Presidente y cada ciudadano.
Todos celebraron cuando capturaron al agresor de Rosa Elvira en Galerías (otra
razón para no simpatizar con ese barrio), y mientras el primero pidió que se
pudriera en la cárcel, algunos de los segundos exigieron que empalaran al
victimario.
¿No
es Colombia un país católico? ¿No enseña esa religión a perdonar, a ofrecer la
otra mejilla? Yo me doy licencias para odiar porque no creo en nada, ¿pero qué
hay de los creyentes? ¿Se puede amar a Dios y desearle la muerte a un
semejante? ¿Qué piensa Dios de los católicos que se alegran por el cáncer de
Hugo Chávez?
El
sábado todos, llenos de odio, pidieron que Javier Velasco Valenzuela se muriera,
se pudriera. El domingo fueron a misa y luego marcharon para celebrar lo buenas
personas que son.