Nunca
sentí que tuviera que felicitar a mi padre en su día. De niño, mi mamá me
llevaba entre semana a comprarle un regalo y el domingo en la mañana me
despertaba para que se lo entregara. Yo cumplía la orden, pero no lo sentía:
era el dinero de mi padre y la elección de mi madre en un día inventado por ni
idea quién. Recuerdo que llegaba a su cama con un tarro de colonia y le decía “Feliz
día, papi” sin alma, como recitando una línea, igual a como los que fueron a su
funeral hace un año daban el sentido pésame. No todos los pésames son sentidos,
no todos los día del padre son felices.
Hoy
es el primer día del padre sin mi papá y es un alivio. Lejos de compromisos y
obligaciones, no tengo que llamar a nadie para compartir una felicidad que no
siento, tampoco tengo que gastar plata en regalos; cómo odio gastar dinero en
terceros.
Este
domingo me quedo en el estudio de la casa, viendo fútbol, cine y porno, que es
lo que me gusta, y me gustaría que todos los padres del mundo tuvieran un día
así. Cuando viví con una novia supe de la angustia que genera no tener un día
para uno solo, un día de pijama, peos en la cama, celular apagado y comida a domicilio.
Alguna
vez quise ser padre, pero la idea de ser felicitado en mi día y de convertirme
en el mío me desmotivaron. Ahora me la paso buscando a huérfanos como yo para
que vayamos a cine o juguemos fútbol, porque con los que aman a su padre no puede
uno contar en estas fechas. Y no es fácil dar con los que no cuentan con sus
papás porque prefieren callar por miedo a la condena pública.
Nadie
espera hoy por mi llamada, por mi regalo, es una sensación liberadora. Espero que
pronto ocurra lo mismo con el día de la madre.