El asunto con Amparo
Grisales es que es de esa gente que cree que los demás les tenemos envidia por
ser quien son, como Estados Unidos y los hinchas de Millonarios, y no por sus carencias. A la Grisales,
en concreto, se la montamos por actuar, cantar, criticar reinas, juzgar participantes
de realities y no hacer bien ninguna de las cuatro cosas.
Hay que ver la propiedad
con la que juzga a los que van a Yo me llamo para luego oírla cantando una canción llamada ‘En la
oscuridad’. Ahora entiendo la existencia de las Farc: yo llego a un reality y
Amparo me dice que no sé cantar, y de la rabia me voy a echar bala al monte. El
talento de la Grisales consiste en haberse desnudado cuando nadie más en
este país era capaz de hacerlo. Así llegó a donde está y no hay nada de malo en
ello, que cada uno mira cómo lleva comida a la mesa.
Le cayeron entonces las
autoridades por publicidad engañosa. Pobre, porque si las leyes fueran igual de
estrictas con todos los que promocionan algo que no pueden ofrecer, no
existirían iglesias en este mundo. También le cayeron con toda por Twitter,
pero eso fue por cazar peleas y no entender que en esa red social de
subnormales la gente odia y se indigna sin razón. Hay que ver la reacción
exagerada en el caso del senador Merlano.
Yo, en cambio, tengo
razones, no para odiarla porque los niños no odiamos, pero sí para guardarle un
resentimiento inofensivo. Aprovecho este espacio para descargarme.
Siendo yo periodista de
planta de SoHo tuve que llamarla para hacerle unas preguntas para una reseña. Estaba
nervioso, claro. Ella contestó, yo saludé, ella saludó de vuelta. Empecé a
tartamudear como nunca (yo siempre tartamudeo como nunca) y la Grisales,
aburrida de esperar, se hizo la que no me oía. Así varias veces durante varios
días: yo le marcaba, ella contestaba, yo empezaba a tartamudear, ella decía aló
repetidamente y al final colgaba. Nunca pude hacerle la entrevista y tuve que
pedirle a un compañero de oficina que la hiciera por mí.
“Vieja cara de verga”,
pensé de primerazo, resentido. Pero le di la razón cuando lo pensé bien: ella
es una diva y no tiene por qué soportar ese tipo de cosas. Y aprovecho este
espacio para decirle a Eva Rey que también es una vieja cara de verga por
haberme hecho la misma alguna vez, trabajando yo para la misma revista. Eso sí,
te felicito por 'La cosa política', Eva. No me la pierdo y me parece que la
presentas mejor que Vicky Dávila, vieja cara de verga y bizca.
Desde ese día no me agrada
Amparo Grisales. Antes me tenían sin cuidado sus ínfulas de grandeza y su nulo
talento, ahora me parece una persona que enloquece a la misma velocidad de
Álvaro Uribe.
Y al igual que Uribe, es
un remedo de lo que solía ser pero es incapaz de aceptarlo. Reconozco que tuve
fantasías hasta el cansancio viendo cómo le ungía aceite a Margarita Rosa de
Francisco en ‘Los pecados de Inés de Hinojosa’, pero eso fue hace más de dos
décadas. No se puede tener 60 años y pretender seguir siendo el símbolo sexual
de un país. El otro día vi la SoHo de Endry Cardeño y de primerazo pensé que
era la Grisales que repetía portada.
Mi consejo es que ceda el
paso a las nuevas generaciones. Puede ser a la única diva real que tiene Colombia, Diva Jessurum, o a su heredera natural por físico y actitud:
Alejandra Azcárate. A ella le tengo guardadas unas palabras para el día que me
toque hacerle una entrevista telefónica y se haga la que no oye.
Los dejo con 'En la oscuridad', la oscuridad musical en la que vive Amparo Grisales. http://www.youtube.com/watch?v=OrRPO0N6o9w