martes, 3 de mayo de 2011

Guerra santa

Asistimos en menos de un mes a cuatro versiones del mejor partido que el fútbol puede ofrecer. Nos sentamos frente al televisor esperando una fiesta, y salvo ráfagas, lo que encontramos fue una guerra. Miles de millones invertidos para que 22 hombres se molieran a patadas y lloraran porque el árbitro pitó o dejó de pitar.

A mí lo que me dejó esta racha de Real Madrid-Barcelona es que todos están enojados entre sí, como si unos se hubieran acostado con las esposas de los otros, y viceversa. Ahora entiendo que cuando alguien afirma que el fútbol es como la vida quiere decir que el ser humano es fanático de invertir tiempo, conocimiento y recursos para agredirse.

Todo es una guerra, no importa si se adelanta en el paseo de la Castellana o en el desierto de Afganistán. ¿Cuanto dinero y vida ha invertido Estados Unidos en guerras? ¿Cuántas de ellas ha perdido? ¿Cuantos de sus hombres han muerto, han sido mutilados, han terminado drogadictos, se han desnaturalizado al punto de torturar a otro ser humano por placer? ¿Cuánto dinero, pero sobre todo cuánta dignidad le costó al país más poderoso del planeta dar con Bin Laden luego de diez años de cacería?

Pero ahí sigue, de primero en el escalafón de naciones, diciéndonos qué hacer y que no, respetado y respetable pese a Guantánamo, hasta que China ajuste ciertas tuercas y lo pase por delante.

Pero hasta su poder palidece ante las tropas de Dios, capaces de opacar al imperio más grande la tierra porque se trata de un ejército divino, eterno e incorruptible. Sus efectivos son difíciles de identificar porque aunque sean muchos no van de camuflado. Casi siempre usan sotanas y en vez de gritar órdenes marciales hablan de amor con voz cálida. Y uno les responde “bendición padre” con más temor que si dijera “señor, sí, señor”. Es una paradoja que una de las reglas de su ejército prohíba matar, pero que sea en simultánea el que más muertos tiene encima. Los misterios del Señor todo lo encubren y todo lo pueden.

Así que un jugador de fútbol que le da una patada a un rival no tiene nada que temer así lo insulte todo un estadio. En lo que lo expulsan, su rival se pone de pie y sigue jugando como si nada. Los crímenes que se cometen en nombre del Real Madrid son televisados al mundo entero y son condenados por la opinión pública. Los crímenes de Dios, en cambio, se hacen a la sombra y no reciben castigo alguno.

Es tanto lo que se ha dicho de una persona del común como Pepe que no lo dejaríamos entrar a nuestras casas así fuera a regalarnos dinero, pero entregaríamos a nuestro primogénito en sacrificio si el alma de Escrivá de Balaguer nos lo pidiera.