Dominique Strauss-Kahn iba a ser presidente de Francia, lo cual habla mal de la política. Y no deja de ser raro, porque con la clase dirigente colombiana se podría pensar que la política no necesita que nadie más la desacredite.
Si no hubiera tenido ese pequeño desliz, si la camarera de hotel no hubiera abierto su boca, el tipo seguiría en su puesto, hasta le habrían aumentado el sueldo. Habría llegado incluso a presidente de Francia, como estaba planeado.
Le hubieran dicho su excelencia, abierto todas las puertas (las simbólicas y las de verdad) le habrían asignado una caravana de escoltas y en todos los lugares del mundo lo habrían recibido con actos reservados para jefes de estado.
Hubiera decidido el futuro de un país y salido en televisión diciendo lo que era conveniente y lo que no. Habría inaugurado un nuevo colegio, por decir algo, y cientos de niños lo hubieran recibido con canciones y flores rojas en una mañana de primavera. Él les habría sobado la cabeza a unos cuantos y habría posado para la foto con un par de ellos. Hubiera subido sus índices de popularidad y habría aspirado –con éxito- a la reelección (en caso de que en Francia exista reelección, que no tengo idea).
Lo que quiero decir es que el mundo está dirigido por personas como Dominique Strauss-Kahn que no han pelado el cobre. No tienen cargos en su contra, pero están ahí, en las presidencias de los países y las multinacionales, en el senado y la Unesco. Esa gente, que debería estar salvando el mundo, lo está usando para su beneficio.
El ex novio de mi ex novia era así. Adicto a la buena vida, al golf y al Country Club, pero con aspiraciones presidenciales desde los 18 años. Yo no lo soportaba porque representaba buena parte de los males de Colombia, pero ella creía que era por celos. A cualquiera de mis ex novias se la puede follar el equipo de rugby de Nueva Zelanda, una detrás de otro, que no me importa; lo pasado es pasado.
Strauss-Kahn no es el único ni el peor de estos seres, solo se descuidó. La política y el poder están llenos de personajes nefastos porque no se llega a un puesto tan alto siendo decente, sino jugando con la esperanza de nunca ser pescado.
Y para que a uno no lo pesquen es clave vestir bien en lugar ser honrado, decir una cosa mientras se hace la otra, abrazar niños y ancianos mientras se gasta en la guerra y se cierran colegios y ancianatos.
Solemos olvidar que ha muerto más gente en nombre de Dios que en el del Nazismo. Sin embargo, un político dice que es católico y sube en las encuestas, mientras que un director de cine afirma sentir simpatía por Hitler y se le viene el mundo encima.
Quién sabe, de golpe Lars von Trier quiso decir que lo que admiraba de Hitler no era su racismo, sino el empuje que le dio a los ferrocarriles y a la industria, a las obras civiles y a la fabricación del carro más popular de la historia. No lo estoy justificando, simplemente quiero hallar razones para no pensar que un buen director de cine es un ultraderechista.
Resulta entonces que quienes íbamos a cine a ver las películas de von Trier estábamos celebrando la obra de un extremista, y los que esperaban que Strauss-Kahn salvara la economía mundial no sabían que no habría sido capaz ni de salvar la cabaña de Héctor Abad del incendio que la consumió el viernes pasado.