jueves, 25 de julio de 2013

La bicicleta de la victoria

Nairo Quintana no me representa. A usted tampoco. Yo soy costeño, vivo en Bogotá, soy tronco para la bicicleta, no me gusta andar por carretera destapada y las únicas veces que he ido a Boyacá es para emborracharme en Villa de Leyva. Nos une una nacionalidad aunque ya sepamos que, al igual que Dios, los países no existen. Los colombianos nos burlamos de los boyacenses, de sus cachetes rojos, de su inclinación a tomar trago en exceso y sus malas borracheras, de lo fea y aburrida que es Tunja, ¿y ahora resulta que Nairo es nuestro orgullo nacional?

¿Qué tiene que ver, por ejemplo, el ex Canciller Fernández de Soto, usted, yo, un chocoano, un tipo que protesta en el Catatumbo y Quintana? ¿Qué aportó usted para que Quintana llegara a donde está hoy? Nada, y aún así queremos montarnos en el bus de la victoria; la bicicleta de la victoria.

Poco después de que Quintana quedara de segundo en el Tour leí esto: “El hijo de Combita que llevó a Colombia al segundo lugar del Tour de Francia”. Para empezar, Quintana no llevó a nadie, en esa bicicleta no cabemos todos. Llegó allá gracias a un puñado de gente que lo ayudó., pero estoy seguro de que ni usted ni yo estamos en esa bolsa. Después del subcampeonato, alguien me dijo que Quintana se representaba a él mismo, a su familia y sus patrocinadores, a su esfuerzo. Nosotros vamos colgados atrás, como un lastre. Y encima de todo hay quien le dice ‘Naironman’. Hay que ser muy irrespetuoso en esta vida.

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