Es duro el golpe cuando se sabe que la boleta más cara para
ver a Millonarios en la final del fútbol profesional cuesta $530.000. Duele
aunque uno no sea hincha de Millonarios y lleve seis años sin ir a un estadio
en Colombia.
Ya después se ve bien la noticia y entiende que el precio
para abonados y socios es muchísimo menor, pero igual, que 90 minutos de un
fútbol tan mediocre como el colombiano cueste un salario mínimo mensual (y que
haya gente que lo pague) habla muy mal, no del país y de su fútbol, sino de la
naturaleza humana.
Lo dicho, se lee la noticia de primerazo y salta enseguida
el justiciero de quinta que llevamos dentro, el que pretende cambiar el mundo
sin levantar el jopo del sofá. Primero, ideas llenas de rabia: que ahí están
pintados los cachacos; aprovechados, hampones con buenas maneras, snobs y con
ínfulas. Siempre se han sentido ingleses y ahora deben pensar que Millonarios
es el Chelsea para gastarle esa plata.