Estar
desempleado es ver Telecaribe a las dos de la tarde, cuando pasan el programa
de la Gobernación del Cesar donde, obvio, le echan flores a la gestión del
Gobernador. Luego, no perderse el sorteo de ‘El Sinuano’, la lotería de
Córdoba, y hacerle fuerza a los números así nunca la haya comprado, porque no
tener trabajo es aferrarse a lo que sea para no sentir que se ha salido del
sistema.
Sin
empleo nos despertamos con ganas de hacer lo que nunca hicimos por falta de
tiempo: arreglar las cortinas, leer un libro; pero luego descubrimos que somos
torpes, flojos, que leer es muy aburrido y que no hacemos las cosas por escasez
de minutos sino porque no se nos da la gana. Terminamos entonces aprendiéndonos
la parrilla de programación de los canales privados y descubrimos que la
programación de la tarde es una especie de nebulosa entre el noticiero del
medio día y el primetime de la noche, lleno de realities y novelas.
En
desempleo se inventa uno planes, reuniones de trabajo para sacar adelante un
‘proyecto’, que no es más que ir a visitar a los amigos que sí tienen cosas que
hacer, porque proyecto le llamamos a cualquier pendejada sin futuro que se nos
ocurra.