Guardo
bajo el colchón un puñado de billetes de cinco mil pesos. Todo comenzó hace año
y medio, una noche que salí del hospital a comprarle a mi padre enfermo algo de
tomar. Sólo tenía uno de cincuenta mil, así que en la tienda me devolvieron
nueve billetes de cinco mil, todos nuevos, y un puñado de monedas.
Desde
entonces los colecciono, veo uno y tiene que ser mío. Hoy tengo al menos 100 de
ellos, todos perfectos porque no hay nada más sexy que un billete nuevo, y
aunque esté desempleado no me nace gastarlos. Los cajeros automáticas dan
billetes de 50, 20 y 10 mil; los de mil y dos mil nos los dan en cualquier
supermercado, pero los de cinco mil, ¿de dónde salen? Por eso los guardo.
Por
eso y porque son una forma de recordar a mi padre, que murió semanas después de
que me dieran los primeros. El día que deje de tenerlos, él se habrá ido para
siempre.