Un anciano es encontrado quince años después de su muerte,
empijamado en su cama, hecho una calavera. Ocurrió la semana pasada en Lille,
Francia, y el hecho fue ampliamente difundido por la prensa.
Historias como esa son las que venden: imagine usted desaparecer
un día y que por década y media nadie (amigos, familiares, la cajera del
supermercado donde hacía compras) note su ausencia. Al señor de Lille lo
encontraron porque de su apartamento salía una filtración que afectaba el
inmueble de un vecino.
Apenas supe de la noticia la compartí con algunos amigos y
todos coincidieron en que se trataba de un asunto triste, yo difiero. Qué
delicia no tener dolientes ni herederos, perderse un día y poder podrirse en
paz. ¿No es preferible morir en el olvido que vivir rodeado de personas?
Creo estar haciendo carrera para eso y a veces me aterra no
hablar ni reír con alguien durante días, pero al final entiendo que he tomado
el camino correcto. Salvo sexo, dinero o cuidarnos cuando estemos enfermos, la
gente no tiene nada que ofrecer, así que no estoy para mamarme los almuerzos
familiares de los domingos, ni las fiestas de los viernes, ni las visitas de
los sábados en la tarde. Usted tampoco, sólo que no tiene los pantalones para
retirarse. Apenas me enteré de ese anciano supe que yo nací para morir
empijamado a mitad de la noche.