jueves, 25 de octubre de 2012

Mi ídolo


Un anciano es encontrado quince años después de su muerte, empijamado en su cama, hecho una calavera. Ocurrió la semana pasada en Lille, Francia, y el hecho fue ampliamente difundido por la prensa.

Historias como esa son las que venden: imagine usted desaparecer un día y que por década y media nadie (amigos, familiares, la cajera del supermercado donde hacía compras) note su ausencia. Al señor de Lille lo encontraron porque de su apartamento salía una filtración que afectaba el inmueble de un vecino.

Apenas supe de la noticia la compartí con algunos amigos y todos coincidieron en que se trataba de un asunto triste, yo difiero. Qué delicia no tener dolientes ni herederos, perderse un día y poder podrirse en paz. ¿No es preferible morir en el olvido que vivir rodeado de personas?

Creo estar haciendo carrera para eso y a veces me aterra no hablar ni reír con alguien durante días, pero al final entiendo que he tomado el camino correcto. Salvo sexo, dinero o cuidarnos cuando estemos enfermos, la gente no tiene nada que ofrecer, así que no estoy para mamarme los almuerzos familiares de los domingos, ni las fiestas de los viernes, ni las visitas de los sábados en la tarde. Usted tampoco, sólo que no tiene los pantalones para retirarse. Apenas me enteré de ese anciano supe que yo nací para morir empijamado a mitad de la noche.