Sin embargo, lo que acabó
de matar el amor por el oficio fue algo más banal: un almuerzo con una ex
compañera de universidad. Allí me contó que había dejado el periodismo para
trabajar en el departamento de comunicaciones de un banco. Ya dirán que qué
aburrido, pero ella está feliz, se desgasta menos y se gana en un año lo que yo
devengo en cuatro (en cuatro años, se entiende).
Periodistas mal pagados,
ahí comienza el problema de la profesión, que está llena de muertos de hambre,
pero también de idiotas, una mezcla peligrosa.
El otro día, por ejemplo,
vi que en un noticiero de televisión se referían a Martha Lucia Pereira como
"una socialité". Después de eso, ¿con qué ganas se levanta uno a
trabajar por este país?
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