Yo me odio y no sé por
qué. Es una forma de tristeza, supongo, tristeza devenida en furia. Me da
lástima que la vida no sea lo que yo esperaba (es difícil nunca he sabido qué
espero de ella). Yo pierdo el control cuando me levanto y me pego con la pata
de la cama, o cuando orino por fuera del inodoro pese a hacer mi mejor esfuerzo.
Reacciono mal cuando abro la ducha y la presión del agua es baja, o cuando como
y me riego comida sobre la ropa.
Tendría que verme usted
cómo me pongo cuando se enreda el cable de los audífonos, que es todos los
días. Parezco un loco, podría matar a alguien de tanta rabia. Yo creo que soy
digno de ser estudiado por la siquiatría porque mis reacciones son desmedidas.
Pero no es la pata de la cama, ni mi puntería, ni la presión del agua, ni el
cable del audífono; es mi vida. A veces llego a casa y me dan ganas de llorar
porque no hay una mujer y unos niños esperándome. Pero así es mejor; terminaría
golpeando a mi esposa y asustando a mis hijos.
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