Y digo que está
sobrevalorada porque once años de colegio son una exageración. El conocimiento
es útil, pero no compensa la falta de talento. ¿Ha oído esa frase que dice que
el genio es 10% inspiración y 90% transpiración? Es cierta. Hay que trabajar
mucho, pero todo el trabajo del mundo es inútil sin ese 10% de habilidad.
Usted puede memorizarse la
Enciclopedia Británica en una tarde, que si es un tarado, es un tarado. Podrá
juzgar los libros de Borges y los cuadros de Dalí, pero nunca podrá ser el
autor de ellos. Yo no creo en el colegio desde que supe que Andrés Cepeda formó
Poligamia en el suyo.
Yo crecí sacando 2 en
disciplina y 1 en aritmética. A los once años andaba a pie cuando se me daba la
gana, cogía bus solo y si llegaba a la casa con más materias perdidas que
ganadas me pegaban. El resultado es que tengo serios problemas estructurales,
estoy lleno de taras y miedos que nunca me van a abandonar, pero soy una
persona feliz.
A los niños de hoy, en
cambio, los vuelven imbéciles con otros métodos, no saben ni limpiarse el culo
solos y ya están obligados a ser alguien. Los bombardean desde temprano con
Pequeño Mozart y Pequeño Einstein, luego les dan iPads y en el colegio los
califican con palabras de bondad “para que no se acomplejen”. Excelente,
sobresaliente, distinguido, bueno, suficiente y deficiente.
En nuestro sistema
educativo ya no hay estudiantes vagos, sino deficientes, todos los demás están
salvados. Personitas mediocres son las que estamos formando. Uno ve las caritas
tiernas de esos niños y sabe que está en presencia de los hijos de puta que
dentro de treinta años estarán manejando a Colombia.
Esos mismos niños son los
que terminan estudiando dos carreras universitarias, como si eso los hiciera
superiores, como si una no fuera suficiente. Y esa es también la misma gente
que pese a haber pasado por dos facultades termina a los 50 años preguntando a
la gente que conoce de qué colegio salió, como si a esa altura de la vida
importara.
Yo nunca tuve sexo en el
colegio, decía, y me alegra porque estudié en un colegio de hombres. Ahora es
mixto y me da rabia. Lo que yo hubiera culeado de haber compartido mi clase con
mujeres, la cantidad de embarazos no deseados que hubiera provocado, lo bien
que hubiera pasado los recreos entre partidos de fútbol y sexo en el baño con
adolescentes como yo.
Superado el colegio, ahora
quiero ser profesor de la universidad en la que estudié, pero no para enseñar,
que no hay nada que yo pueda enseñar, sino para comerme a las alumnas más
bonitas. Lo dicho, nuestro sistema educativo es una porquería.
Publicada en la edición de febrero de la revista SoHo. www.soho.com.co