jueves, 4 de abril de 2013

Acabo de dejar el corazón

Acabo de dejar el corazón en Barranquilla. En Semana Santa fui a la ciudad donde nací a ver si se me pasaba el amargue, pero amargarme es lo mío. Llegué acompañado y regresé solo. El solo es un decir, porque tengo a la persona en la silla de al lado del avión que me lleva de regreso a Bogotá pero es como si no estuviera. Llevamos tres horas juntos y apenas nos hemos hablado, supongo que es lo que le pasa a la gente que deja de quererse.

En Barranquilla vuelvo a ser Adolfito, a andar en sandalias (cuando no descalzo); duermo siesta, me fían en la tienda y como donde los primos. En Barranquilla bajo mangos de los palos (los mangos tienen la forma del corazón que acabo de dejar). Hay quien va a darle mate a su corazón en Cartagena, pero yo preferí ir a mi ciudad porque nada tan bello como ser derrotado en casa.

El asunto es que me empezó un ataque de angustia desde antes de tomar el avión de ida porque sabía lo que se venía. Es raro cuando la persona que lo era todo deja de serlo en un solo giro, y cuando tomamos decisiones que cambian la vida con la espontaneidad de quien va derecho por una calle y sin más decide voltear por la esquina. Así deberíamos ser para todo.

Entonces fue pasar toda la semana con dolor de estómago, como si algo no estuviera en su sitio. Conviví en silencio con la incertidumbre de haber cometido algún error sin siquiera haber hecho nada. Esa fue la constante de la relación, solo que antes nos queríamos. Ahora, sin besos de por medio, el sentimiento de culpa me resulta muy duro de llevar.

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