lunes, 2 de enero de 2012

El amor es el cáncer

Antonella Petro trae loca a la gente; su cara, su vestidito de flores y su saquito de lana están en todos los medios. Gustavo, su padre, la usó ayer como caballo de batalla para que pensáramos que es humano. No lo es, los políticos son menos que personas, que ya es mucho decir. Ya sea usted un dirigente elegido por votos o un terrorista, usar como escudo a una niña de cinco años es inhumano.

Y todo porque el amor filial está sobrevalorado. Todo el amor lo está. El amor es, en realidad, el cáncer del mundo.

Cuando usted ama mucho se vuelve egoísta, violento, uno hace lo que sea por amor, y “lo que sea” son también cosas malas. Gustavo Petro ha hecho todo en esta vida por sus hijos, y lo seguirá haciendo. Se entiende, es humano.

Hace unos meses, Antanas Mockus me contó la historia de un político corrupto con el que coincidió en un avión. Me dijo que en un comienzo se resistió a hablarle, que fue sentir rabia apenas verlo, pero que a mitad del vuelo no pudo más y se acercó para reclamarle por sus actos.

Pero empezaron a hablar, y Mockus descubrió que era un padre amoroso, un hombre de familia capaz de dar todo por su mujer y sus hijos, y que de inmediato pensó que ojalá todos los papas de Colombia fueran así.

Yo creo lo contrario. Ojalá ningún ser humano fuera así, porque de nada sirve amar a la gente cercana y despreciar al de la esquina; es una actitud que genera infelicidad. Aterra pensar que la gente se muere de hambre para que los políticos corruptos que adoran a sus hijos puedan darles una vida a todo dar. Amar a la madre sobre todas las cosas y pasarse por el forro al resto de la humanidad no nos hace mejores personas. El amor a Dios es quizá lo peor que nos ha pasado.

Los padres hacen lo que sea por sus hijos y eso no siempre es bueno, aunque no siempre es malo. Hay una amiga que en este momento tiene la vida al revés: está cansada de su trabajo y de su matrimonio, su hija de siete años es lo único que la motiva a levantarse cada mañana. Cuando está con ella finge comer frutas y verduras, dormir temprano, se esfuerza para que la vida parezca un cuento feliz; cuando no la ve, come grasa, duerme a deshoras y llora por lo que pudo ser y no fue. Dice mi amiga que un hijo nos hace ser mejores a la fuerza. A la fuerza, es cierto, si de nosotros dependiera seríamos unos cabrones las 24 horas del día

Lo que da miedo con Antonella es que siga los pasos de Simón Gaviria, de Junior Turbay, de Andrés y Santiago Pastrana, y que de la ternura pasemos al asco. No nos derritamos con la pequeña cachetoncita, que el que nos gobierna es el papá.