Y todo
porque el amor filial está sobrevalorado. Todo el amor lo está. El amor
es, en realidad, el cáncer del mundo.
Cuando
usted ama mucho se vuelve egoísta, violento, uno hace lo que sea por amor, y
“lo que sea” son también cosas malas. Gustavo Petro ha hecho todo en esta vida
por sus hijos, y lo seguirá haciendo. Se entiende, es humano.
Hace
unos meses, Antanas Mockus me contó la historia de un político corrupto con el
que coincidió en un avión. Me dijo que en un comienzo se resistió a hablarle, que
fue sentir rabia apenas verlo, pero que a mitad del vuelo no pudo más y se
acercó para reclamarle por sus actos.
Pero
empezaron a hablar, y Mockus descubrió que era un padre amoroso, un hombre de
familia capaz de dar todo por su mujer y sus hijos, y que de inmediato pensó
que ojalá todos los papas de Colombia fueran así.
Yo creo
lo contrario. Ojalá ningún ser humano fuera así, porque de nada sirve amar a la
gente cercana y despreciar al de la esquina; es una actitud que genera
infelicidad. Aterra pensar que la gente se muere de hambre para que los
políticos corruptos que adoran a sus hijos puedan darles una vida a todo dar. Amar
a la madre sobre todas las cosas y pasarse por el forro al resto de la
humanidad no nos hace mejores personas. El amor a Dios es quizá lo peor que nos ha
pasado.
Los
padres hacen lo que sea por sus hijos y eso no siempre es bueno, aunque no
siempre es malo. Hay una amiga que en este momento tiene la vida al revés: está
cansada de su trabajo y de su matrimonio, su hija de siete años es lo único que
la motiva a levantarse cada mañana. Cuando está con ella finge comer frutas y
verduras, dormir temprano, se esfuerza para que la vida parezca un cuento feliz; cuando no la
ve, come grasa, duerme a deshoras y llora por lo que pudo ser y no fue. Dice mi amiga que un hijo nos hace ser
mejores a la fuerza. A la fuerza, es cierto, si de nosotros dependiera
seríamos unos cabrones las 24 horas del día
Lo que da miedo con Antonella es que siga los pasos de Simón Gaviria, de Junior Turbay, de Andrés y Santiago Pastrana, y que de la ternura pasemos al asco. No nos derritamos con la pequeña cachetoncita, que el que nos gobierna es el papá.