Lo sé porque desde hace años me la paso en el banco, haciendo filas que podría ahorrarme si creyera en el internet.
Pero no confío, qué hago. El otro día programé la cuenta de ahorros para que me debitaran mensualmente la renta del celular y la de la televisión por cable. El primer mes me descontaron dos veces el cable y no pagaron el celular, que me lo cortaron por falta de pago. Entonces me enfrasqué en dos batallas que nadie quiere librar en este país: que le reconecten el celular y que el banco devuelva plata. Podía decir que tengo la cuenta en Bancolombia, pero no creo en el periodismo como herramienta de venganza.
El hecho es que desde entonces tengo que ir a la sucursal de mi banco y verle la cara al cajero que recibe mis facturas. Nada como el olor a tinta fresca sobre el recibo.
Hace poco salió un informe que decía que Chile era el país de Latinoamérica que más usaba los servicios bancarios por internet, con un 34,8 por ciento de sus habitantes. Colombia, lejos, supera apenas el 20 por ciento. Yo soy uno de esos 32 millones de colombianos que en pleno 2012 prefieren mamarse la fila del banco antes que interactuar con una máquina en la que no se puede confiar. No es que las personas sean de fiar, pero es lo que hay.
Y eso que hay que ver los bancos de acá.
Hay una fila para clientes rasos y otra para especiales. La de los especiales nunca está llena, pero tampoco vacía. Los clientes preferenciales llegan siempre a cuentagotas, como si estuvieran coordinados. Siempre hay uno, uno solo, que impide que los rasos nos colemos. Por lo general es una señora de pañoleta de Chanel, aretes de oro y cartera Louis Vuitton que se va a hacer visita al banco porque no tiene nada que hacer en la casa.
Yo no soy de esos, a mi no se me ocurriría ponerme mi mejor chaqueta para ir al banco ni hacerme en la fila express. Me críe en colegio de curas, haciendo filas en los bancos de este país. Tengo vocación de comemierda. Soy el más ateo, pero como si fuera el católico más recalcitrante creo en que hay que sufrir para alcanzar el reino de los cielos.
Y todo porque resulta muy complicado usar el banco por internet: hay que inscribir la cuenta, sacar una segunda clave, a veces hasta hay que lidiar con un call center. Y luego todo es muy frío, muy digital. Te sale un pop up dándote las gracias pero no hay una prueba contundente de que sí pagaste lo que tocaba pagar.
Uno es victima de los bancos, de sus filas y de sus tasas de interés. Hay que proteger la clave como la vida para que no le saqueen la cuenta. Sin embargo, son los bancos los que se quejan, los que lloran, los que piden salvamentos del gobierno, los que ponen a la gente a apretarse el cinturón cuando la mano viene dura pero no comparten sus ganancias cuando les va bien.
No confío en el sistema financiero, mucho menos en la tecnología. Escribo estos artículos y los mando por correo certificado a la revista, que ha contratado a un ex cajero de banco para que los transcriba.