El sexo normal ya no me estimula. Y digo normal por usar
cualquier palabra porque nada es digno de ser calificado como “normal”; como
“anormal”, tampoco. Con normal me refiero al vamos al cuarto, tú arriba y yo
abajo, luego cambiamos, después en cuatro y por último nos venimos, pero
cuidado me ensucias el pelo.
Hace unas semanas se la montaron a una mujer porque salía en
un video masturbándose con una zanahoria. No era una mujer, era una
adolescente, casi una niña, y se burlaron de ella como se burlaban, no sé, de
la gente que siglos atrás afirmaba que La Tierra era redonda. La azotaron en
Twitter y Facebook, redes sociales que les llaman, donde nuestras fallas quedan
expuestas como si hubiéramos cometido un crimen.
Yo digo que esas son las personas que uno tiene que conocer,
ojalá casarse con ellas. Salvo excepciones, mi vida ha estado rodeada de
mujeres que no son capaces de meterse cosas raras y sé que necesito alejarme
rápido de ellas. Qué aburridas las mujeres que no son capaces de meterse una
zanahoria.
La vida puede ser tan aburrida que la salida es desfogarse
en el sexo. Estamos llenos de reglas y restricciones, ¿por qué llevarlas a la
cama? En el sexo hay que hablar, y tener fantasías, y probar, y soltarse.
Hacemos mal cuando imaginamos que estamos teniendo sexo con alguien más pero
preferimos cerrar los ojos y callar en vez de botarlo. Este es un país mal
comido, educado con ‘Sexo con Esther’ y Flavia dos Santos; y no debería ser así
porque el mundo es un lugar amargo porque tiene mal sexo.