Le tengo miedo a contestar el fijo de la casa. Antes era mi
madre, por eso dejaba que sonara y sonara. Ahora que tiene celular y que
conozco sus hábitos de llamadas sé cómo lidiar con el asunto. Pero últimamente
el teléfono ha empezado a sonar a horas inusuales, lo que me llena de pavor
porque no sé quién pueda ser.
Casi siempre es la gente de Claro preguntándome cuándo voy a
pagar la factura u ofreciéndome el combo Premium de internet-cable-teléfono que
no necesito, o los del Centro Nacional de Consultoría (que suena a ente
gubernamental, lo que inspira respeto, aunque no es más que una empresa
privada). A los del Centro Nacional de Consultoría vivo sacándoles el jopo
porque no tengo los cojones para decirles que no quiero contestar ninguna
encuesta, así que siempre me invento excusas como que estoy trabajando desde la
casa (no tengo trabajo) o estoy cocinando (no se cocinar) y les pido que llamen
al final del día.
El asunto es que uno va entregando sus datos por ahí sin
reparar en quién pueda quedarse con ellos. Los de Claro, vaya y venga, que soy
su cliente desde hace doce años, pero, ¿y los del Centro? El otro día llamaron
a mi celular de un banco a ofrecerme una tarjeta de crédito, cuando les
respondí que no estaba interesado me preguntaron que por qué. Yo les devolví la
pregunta con otra: ¿Quién les dio mi número? El tipo me dijo que había sido mi
operador de celular, de quien sabía que hacía cosas a mis espaldas, pero nunca
sospeché que estuviera aliado con el sistema financiero y fuera capaz de venderme
por monedas.
Ellos saben todo de nosotros, y ellos puede ser cualquiera.
Llaman a hacer preguntas, pero es sólo para fastidiarnos, porque en realidad
conocen nuestra dirección y nuestro número de cédula, nuestra fecha de
cumpleaños y lo que compramos en el supermercado (por eso nunca saqué la
Supercliente de Carulla). ¿Quién nos protege de esa gente que lo sabe todo y
llama a invadir nuestra privacidad?
La ley me condenaría si descuartizo a mi vecino y lo escondo en la nevera,
pero parece estar a favor de las empresas que se pasan nuestra información como
quien cambia láminas del álbum del mundial.
El otro día quise comprar un pasaje de avión a Miami y desde
entonces, cada vez que abro una página, cualquiera, me salen ofertas de vuelos
baratos a dicha ciudad. ¿No hay mucho de diabólico en que el computador, o el
internet, o el sistema, o lo que sea que maneja los hilos de la realidad pueda
acosarnos hasta hacernos odiar aquello que con tanto deseo anhelábamos?
Por eso estoy entrando a internet cada vez menos y he vuelto
a comprar pasajes en agencia de viaje, porque aunque salen más caros no tengo
al representante de ventas tratando de venderme cosas que no necesito.
En cuanto al fijo de la casa, cada vez me convenzo más de
que se trata de ese tipo de cosas que ya no nos sirven pero que mantenemos
porque siempre han estado ahí, como un mal noviazgo. No me animo a contestarlo,
pero cada vez que suena imagino que se trata de esa llamada que he estado
esperando toda la vida.
Publicada en la edición de noviembre de la Revista Enter. www.enter.co