Hay
momentos en los que lo mejor es dejar una nota e irse. Irse a la mierda si es
necesario. Irse de la vida, en realidad, de lo que hemos hecho de ella. De los
amigos que nos tocaron, para empezar, porque es mentira que los hayamos
escogido: coincidimos con ellos en el colegio, en el barrio, los conocimos
porque eran hijos de los amigos de nuestros padres, pura fuerza mayor. Por eso
nos levantamos un día y descubrimos que nunca nos agradaron.
No
escogimos la vida que tenemos. El otro día leí que el hijo de Juan Pablo
Montoya ya está corriendo karts. Seguro en algún momento se va a empezar a
cuestionar si fue la elección correcta. Claro, hace lo que ve todos los días en
la casa, ¿qué esperábamos? Si empezáramos a entender que la gente hace lo que
ve en la casa, qué mal paradas quedarían nuestras familias.
Yo
nunca quise hacer lo mismo que mi papá, que se dedicó a las fincas, a hacer
ropa, a la refrigeración industrial, todos oficios aburridos que daban de
comer. Y me parece que es más sano no seguir los pasos del papá, esos que hacen
lo mismo que su padre me parecen medio idiotas. Yo ya me llamo Adolfo, como él,
así que nunca estuvo en mis planes dedicarme a lo mismo. Si quiero abandonar
una vida que sea la mía, no una prestada.