Estoy
en el aeropuerto de San Francisco esperando a que salga mi vuelo y veo en la
pantalla un aviso que dice: “Cándida Caldas, diríjase a la puerta 74”.
Me
encuentro a punto de abordar el avión, seguro de que espera por mí al final de
la puerta 46 hacia la que camino, pero se me ocurre que si yo fuera Cándida
Caldas seguro no habría alzado la cabeza para mirar a la pantalla por que así
es la vida.
Si
el letrero dijera: "Adolfo Zableh, vaya a la puerta 74 que allí están
todas las respuestas”, yo estaría en el baño, o con la cabeza enterrada entre
los panes de uno de esos sánduches de aeropuerto que son ridículamente caros.
Pero llaman a Cándida Caldas, no a mí, por eso yo, junto a todo el resto del
aeropuerto, lo veo.