jueves, 14 de marzo de 2013

Dejarse ir

Estoy que suelto todo y me voy a vivir a un cuarto, porque recluirse en el cuarto de una casa ajena es el retiro definitivo. Estoy que entrego el apartamento y me les pierdo a todos: amigos, familia, novia, jefe; estoy que renuncio a la vida. Voy a dejar de mandar hojas de vida, de pagar la retefuente y los recibos; pienso salirme del TV cable y del plan de celular (si los operadores me dejan).

Estoy que me voy a Los Mártires, un barrio de Bogotá que suena a pobreza, a una pieza de esas que se pagan por días. Estoy que dejo de cotizar en el fondo de pensiones y me desafilio a la EPS para que el día que me enferme me dejen morir en un hospital de beneficencia. Los hospitales también deberían desistir de salvar vidas, que siete mil millones es un abuso.

Admiro a los que se levantan cada mañana, que no se sueltan por temor a morir de hambre, a quedar en la calle. Es gente que no puede dejarse ir porque hay quien depende de ella. Yo, en cambio, estoy haciendo un plan de retiro donde, además de irme a una pieza, me vestiré con ropa usada, renunciaré a la televisión, leeré libros viejos y escribiré a mano. Cuando lo necesite, me comunicaré con minutos de celular de la calle y calmaré el hambre con perros de $2000 que vienen con gaseosa.

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