lunes, 11 de marzo de 2013

Me sigue Bastenier

Me empezó a seguir en Twitter Miguel Ángel Bastenier y estoy asustado. Respondió (sin seguirme) un tuit que puse, y a partir de ahí tuvimos una conversación respetuosa que desembocó en que él me diera follow y yo le hiciera follow back.

El día que eso pasó no pude volver a tuitear para no ir a cagarla. Dirá usted que soy un cobarde, pero es que Bastenier parece ser un tipo decente, un hombre duro de esa belleza de periódico que es El País de España. Pero no solo eso: los colombianos solemos ser arrodillados con los extranjeros, y encima hay que ver la cara con la que sale en su avatar, la seriedad con la que tuitea, a los pocos que sigue. Siento que es un privilegio que no puedo darme el lujo de desperdiciar.

El problema es que lo mío en Twitter es la guachada, el chiste fácil, la agresión, el doble sentido y no sé si ese señor esté dispuesto a soportar esas vainas. En esa red social construí un personaje agreste por el que muchos me juzgan, pero quienes me conocen en la vida real saben que no es así. La verdad es que soy un amor pese a mis defectos y mi vida es monótona, aburrida, carente de emociones.

Que Bastenier me siga supone un golpe que no he superado y ha traído viejos fantasmas del pasado. Cada vez que me sigue alguien que usa Twitter con fines serios me da miedo que me deje de seguir al instante. Así se fueron Bruce Mac Master, Jessica de la Peña y William Calderón; por mis agresiones en 140 caracteres Mónica Fonseca aguantó apenas tres minutos. A todos ellos les he pagado con la misma moneda y los he dejado de seguir porque soy de los que da unfollow back por despecho.

Pese a las idioteces que tuiteo aún me siguen Fanny Kertzman y Marianne Ponsford, que tienen fama de ser mujeres de pocos chistes; César Escola y Viña Machado, a quienes les di una semana; Claudia Elena Vásquez, que se ve que es una dama, y Simón Gaviria. Este último en realidad no me sorprende, ya que el director del Partido Liberal tiene fama de no leer de a mucho.

Pero lo que más me inquieta (a niveles que superan ampliamente lo de Bastenier) es que me siga la Embajada de Estados Unidos en Colombia. No porque sea pro o antiyanqui, sino porque próximamente tengo cita para renovar la visa y la idea de que me la nieguen por lo que tuiteo no me deja dormir.

Es que es injusto que lo descalifiquen a uno por lo que dice en una red social llena de subnormales. Por eso celebré cuando escogieron a Fernando Gómez Franco como gerente de la Empresa de Energía de Bogotá y quise protestar cuando supe que habían reversado el nombramiento porque era un grosero en Twitter: ser vulgar dentro de ese contexto no tiene nada que ver con ser capaz para ejercer un trabajo, con ser buena o mala persona. Al final sentí un alivio cuando leí que lo de Gómez Franco se había caído por temas de corrupción y no por sus trinos.

El hecho es que lo de Bastenier me alegra, pero también me estresa. A veces siento la necesidad de meterme a su perfil a ver si todavía me sigue, pero sé que me derrumbaría si descubro que no es así. Pienso entrar a su cuenta apenas termine de escribir esta columna. Si aún me sigue, le mando un DM.

Publicada en la edición de marzo de la revista Enter. www.enter.co