martes, 29 de enero de 2013

Obsoletos

La otra noche vi el documental ‘Comprar, tirar, comprar’ que habla de una cosa llamada obsolescencia programada. Lo vi completo pese a que dura más de una hora y en estos tiempos uno no tiene mucho que hacer pero se lo inventa para no tener que soportar algo tan largo. Porque la constancia no es lo nuestro; mejor ver videos de tres minutos, hablar en 140 caracteres o tener conversaciones por Whatsapp que se contestan cada dos horas.

El documental hablaba de cómo las empresas hacen las cosas para que se dañen y, una vez descompuestas, sea más fácil cambiarlas que arreglarlas. A usted le puede sonar obvio, y de golpe lo es, pero para mí resultó ser una revelación.

En la obsolescencia programada todo está cuadrado para que la nevera deje de enfriar, las tijeras pierdan el filo, la carcasa metálica del ventilador de piso de oxide, el computador amanezca un día sin ganas de prender. Es más o menos lo que dice el documental, que muestra que se pueden hacer bombillas que duren un siglo pero las marcas sacan al mercado unas que se funden a las mil horas (y nos hacen creer que son la gran cosa). Medias de nylon que podrían aguantar años e impresoras que vienen con un chip contador que hacen que el aparato se pare después de un cierto número de impresiones hacen también parte del menú.

Y no sabe uno qué pensar porque, sí, ¿dónde están la ética y el progreso si hacemos cosas para que se dañen? Pero también, ¿qué pasaría con la economía, con su trabajo y el mío, si la gente comprara una cosa y no tuviera que reemplazarla sino décadas después?

‘Comprar, tirar, comprar’ habla de la santísima trinidad del mercado: la publicidad, la obsolescencia programada y el crédito, una necesidad creada, una droga que nos han dado durante años sin que nos demos cuenta. El sistema está hecho para que comprar una casa o sacar una visa sea imposible si no tenemos vida crediticia, como si carecer de ella nos hiciera malas personas. Estamos jodidos; nos tienen arrodillados pero igual damos las gracias.

El otro día quise mandar a arreglar mis zapatos preferidos y angostar un pantalón que me gusta pero que parece de rapero y me costó encontrar a alguien que hiciera el trabajo. Di con tres tipos, todos viejos, que trabajaban en talleres pequeños y desordenados. El negocio de la reparación al menudeo no va bien y es ejercido por dinosaurios, gente obsoleta que terminará por desaparecer. De eso se trata también la obsolescencia programada.

Ya no sabe uno si recomiendan cambiar el cepillo de dientes cada tres meses por salud o por negocio, y entiende que los carros cambian de modelo cada año porque sí. Igual los equipos de fútbol, que tienen un uniforme nuevo para cada temporada y lo que hacen los fabricantes es cambiarle el cuello, ponerle líneas más delgadas o más gruesas, según convenga. Y nosotros vamos como locos a cambiar el carro y la camiseta de nuestro equipo, cueste lo que cueste, porque somos unos descerebrados. Hay que ver cómo la gente hizo horas de fila y acampó a la entrada de los almacenes para comprar el iPhone 5, como si el 4S fuera una porquería inservible.

Al terminar el documental entiende uno lo que ya sabía: que nos ven la cara de idiotas y que estamos llenos de cosas que no necesitamos. Véalo antes de que se le dañe el computador, que es una reliquia, ¿no ve que tiene ya dos años de uso y apenas 250 GB de memoria?

Publicada en la edición de enero de la revista Enter. www.enter.co