A mí lo que me aterra es el poder de las palabras. Ni siquiera el poder, que poder no tienen, sino el caso que la gente les hace. Me refiero a Camilo Jiménez y a Carolina Sanín, de quienes juré no hablar.
Renunciaron públicamente, ¿y qué? Yo creo que el éxito de sus artículos se debe a que hablan de ellos, y hablar en primera persona es muy fácil. Cuando no se sabe escribir lo más sencillo es redactar una carta abierta o escribir de uno mismo, de sus gustos y de sus miedos. Yo odio el primer recurso, aunque el segundo me sale de maravilla. Siempre lo uso para disimular mi falta de talento.
Lo otro es que trataron temas personales y los volvieron generales. Nosotros, que vivimos despotricando de realities tipo ‘Yo me llamo’, caímos seducidos por dos personas decentes que airearon sus conflictos internos como si fueran invitados de Laura Bozzo. No hay nada de malo en ello, el problema es la exagerada reacción del público.
Poco después de que saliera la carta de Jiménez, un amigo me mostró un artículo que había escrito al respecto y me preguntó si valía la pena publicarlo. Le dije que no y a los pocos días el tema era asunto nacional con alto rating. No creo que yo tenga falta de criterio o poca visión, sino que la gente es estúpida.
Camilo renunció, déjenlo ir en paz. Carolina también, odia Bogota, no es novedoso, Bogotá es una ciudad para ser odiada. Yo pensé que lo peor de Bogotá era su gente, pero no, es su clima. La combinación de ambas cosas, más los trancones y la corrupción, la hace insoportable. Yo la paso bien acá, no me voy a ir, pero es porque siempre me ha gustado regodearme entre la mierda.
Aclaro que conozco a Camilo Jiménez, y que además de una gran persona es el mejor editor del que tenga registro. Nunca he hablado con Carolina Sanín, lo que me hace apreciarla aún más. La única forma de querer a la gente es no haber tenido contacto con ella.
Y lo aclaro porque acá se ofenden con todo, con todo lo que sea hablado, quiero decir. Si los bancos cobran 30% de interés por un préstamo, no pasa nada; si hay falsos positivos, no importa, eso les pasa por haber nacido en Ocaña y no en Rosales, igual salimos a rumbear el sábado. Pero si alguien nos dice hijueputa, o que nuestra ciudad es fea, nos ponemos en pie de guerra.
Colombia es el país donde nos ofendemos si nos dicen que nuestra madre es una prostituta, así tengamos claro que no lo es. Y si lo fuera, pues dejarla, incentivarla para que tenga más sexo con más personas, que se vuelva bisexual y swinger, que follar es una de las cosas más ricas de la vida.
Somos un país culo, sin capacidad de autocrítica. Somos muy solemnes, muy creyentes, muy de derecha; no tenemos humor ni talento. Somos una raza condenada. No vale la pena armar un debate en torno a la educación o a cómo mejorar a Bogotá; el único debate que vale la pena patrocinar es el de cómo desaparecer del planeta creando el menor traumatismo posible.
Camilo quería renunciar desde hacía años, lo sé porque alguna vez me lo dijo. Y Sanín está como rica, pero se toma muy en serio, basta con leer sus columnas para entender que cree estar un escalón por encima de los demás. Tampoco hay que hacerle mucho caso.
Escribo de Jiménez y Sanín y me odio por ello, tenía más temas, pero caí en la trampa. Es por culpa mía y por culpa de ustedes, que piden más morbo, más realities. ¿Lloraban porque llevaba diez días sin actualizar el blog? Pues acá les dejo su puta columna.