No sé cómo no llegué antes a esa conclusión, que es la más obvia y acertada. Siéntese usted a hablar con alguien (a oírlo, no a hablar en primera persona, que es lo que todos hacemos) y entre más conversen más se dará cuenta de que su interlocutor está jodido.
Su madre, su jefe, su hermano, un desconocido, no importa, a todos se les sale la fritez (¿fritura?) por algún lado. El viernes en la noche estuve hablando con una amiga que me confesó que mientras no solucionara sus problemas con su hermano nunca iba a tener una relación estable, y que a su hermano le pasaba lo mismo, solo que no lo sabía. Y no es que ella esté enamorada de su hermano o viceversa, sino que la cabeza hace conexiones que sobrios y de día no somos capaces de entender.
Otra amiga acaba de pisar los 30 y está en crisis porque no sabe qué hacer con su vida. Hace poco tuvo una entrevista en una empresa que no le gusta, pero tiene claro que si la escogen aceptará el trabajo. Mientras, se la pasa fumando porro en la playa. En apariencia vive relajada, pero por dentro se muere, que es lo que nos pasa a todos.
Una tercera se siente frustrada porque está gorda y no hace nada por remediarlo. En vez de salir a correr a las seis de la mañana, que es lo que quiere, ha duplicado sus raciones de comida. Siente que su vida es un desperdicio y que no ha hecho con ella lo que soñaba. Cuando le dije que lo suyo no era flojera sino miedo, no me entendió y me respondió que no tenía sentido sentirle miedo a ser exitosa y bonita.
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