Una ida al supermercado puede abrirnos la cabeza y ponernos a formular preguntas que nunca se nos habían ocurrido. ¿Por qué el champú grande cuesta menos que el pequeño? ¿Por qué cuesta $5.830 y no $5.850? ¿A quién le dan hoy 70 pesos de vuelta? ¿Es una estrategia para que donemos esos 20 pesos a caridad? ¿Se me compondrá el pelo en diez días, como dice el tarro? Lo cierto es que es más probable que cuestionemos la vida desde el precio del champú que desde la Biblia.
Porque el sistema parece estar hecho para no ser entendido, para que nadie lo cuestione. Mire la economía, por ejemplo. Si la Comunidad Europea se queja por falta de dinero, ¿no puede imprimir euros para todos sin que el sistema se vaya al carajo? La economía como materia de estudio no ha servido de mucho, igual que el derecho, el mundo está cada vez más lleno de miseria e injusticias. Hay quien estudia diez semestres de lo uno o de lo otro y recibe el diploma sin sin haber entendido nada. Lo que no se puede explicar en 5 minutos no se debería aplicar en la vida cotidiana.