Viajar es mejor que cambiar, es escapar de uno mismo a costa de olvidar quién se es.
Tenía 26 años la primera vez que salí del Colombia. Y típico, como todo lo que llega tarde en la vida, me volví adicto a viajar; igual que esas mujeres que les prohiben todo en la casa y una vez conocen la calle se enloquecen.
El hecho es que soy un nuevo rico de los viajes, un tipo sin estilo que cada tanto se la pasa montado en aviones, recorriendo sin necesidad países durante uno, dos, tres meses. Nada de lujos, eso sí. Mucho quedarse donde amigos para ahorrarse lo del hotel, mucha aerolínea de bajo costo: he volado el equivalente a no sé cuantas vueltas a La Tierra y he viajado una sola vez en primera.
Viajar solía llenarme de orgullo, hablaba con falsa modestia de los lugares que conozco, pero ya me está cansando. Me cansa pero me sigue gustando, no sabría cómo explicarlo.
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