miércoles, 1 de octubre de 2014

El sombrerito hipster

Ahora ando con un sombrero hipster, de esos que se parecen a los que usaban los detectives de las series policíacas gringas. Lo hago no por gusto sino porque me toca: me hice una operación en la cabeza, no me puede dar el sol durante un mes y las gorras de beisbolistas no me sirven porque son muy ajustadas al cráneo.

El punto es que me siento ridículo y vivo explicándole a todo el que se me cruza la razón de mi nuevo atuendo. Mi sicóloga me dice que yo soy inseguro y que me la paso justificando todo lo que digo y hago. Es cierto, me puede la culpa y con cada acto siento que la estoy cagando. Es un infierno vivir así, flagelándose por los errores reales, los imaginarios y los ajenos, excusándose hasta por respirar. Yo me disculpo con el mundo entero por tomar gaseosa en una reunión donde los demás toman vino y por usar un sombrero hipster por necesidad.

Pero no solo por el sombrerito ese es que me avergüenzo. Es que además este es un país conservador, y no lo digo porque se escandalice cuando dos personas del mismo sexo quieren casarse o porque censuren una exposición de vaginas; no voy tan lejos. Los amigos, los suyos y los míos, son tremendamente derechistas así quieran aparentar lo contrario. Acá miran feo a la madre soltera, o peor, a la mujer que no se ha casado a los 35. Salga a la calle con un pantalón anaranjado, peluquéese raro, muestre cierta simpatía por alguna de las medidas tomadas por Gustavo Petro, diga que no cree en Dios o que Andrés Carne de Res es una porquería y lo tacharan de comunista, irreverente, loco y hasta marica (por lo del pantalón naranja).

Por eso lo del sombrerito hipster me tiene jodido y para evitar el bochorno trato de salir a la calle cuando el día está nublado o después de seis. Pero hablando de hipsters, quiero decir que yo los admiro por tener el temple de andar como se les da la gana. Los odio y deseo que se mueran, pero les envidio la personalidad, la delgadez y las hembras con las que andan. Lo que no entiendo es que usen el mismo tipo de sombrero que estoy usando yo, pero por voluntad propia.

Tienen tintes de secta los hipsters, con sus bigotes tipo Dalí (pero sin una pizca de su genialidad), rellenos de productos Apple, montados en bicicletas tipo panadero que les costaron una fortuna porque están engalladas, sus gafas de marco grueso para dárselas de intelectual, todos originales, sensibles y creativos, todos artistas o publicistas. Los hipsters locales creen que esto es Nueva York, oyen música exótica y usan cosas artesanales, no porque les guste sino por dárselas de contraculturales, y así se bañen todos los días lucen como si nunca pasaran por la ducha. Parece que se vistieran con los que a los demás les sobra pero la verdad es que invierten mucho tiempo y una fortuna en lucir descomplicados.

Muy alternativos y lo que sea, pero va mucho hipster a Alimentarte, Estéreo Picnic y Las puertas del cielo, tres eventos masivos diseñados para idiotas, así el primero de ellos sea por una buena causa. En Barranquilla, de donde vengo, no hay hipsters porque no se puede ser hipster y vivir en tierra caliente. Y si existen son segregados, porque si Bogotá se las da de cosmopolita y es en realidad un pueblo del siglo XIX, qué decir de la capital del Atlántico, donde miran raro al que no oye vallenato, no toma whisky y tiene una sola mujer. Allá no me la montarían por andar con cachucha de beisbolista, por ejemplo.

Estoy esperando a que cicatrice mi cabeza para poder retomar mi vida, ya que estos días de convaleciente los vivo como si fueran un espejismo. Tengo siempre el sombrerito hipster  a mano por si me toca salir de urgencia. La última vez  que pisé la calle me crucé con un tipo de sombrero, bigote y cicla de panadero que me saludó alzando las cejas, como si yo fuera uno de ellos. Debe ser una seña secreta que usan los hipsters. Lo dicho, son una secta. 

lunes, 15 de septiembre de 2014

Los estudios científicos

Cada tanto sale en el mundo un estudio científico que nos trae nuevas revelaciones. Y ni siquiera cada tanto, los oye uno con tal frecuencia que dan la impresión de que fueran revelados de a diez por día. ¿Dónde están estos científicos? ¿Quién los financia? ¿Por qué estudian tanto? Yo a veces creo que son mentira porque en vez de ver en la calle los avances de los que hablan en los medios, lo que ve uno son más televisores pantalla plana y teléfonos inteligentes con más funciones.

Siempre hay uno contra la comida de McDonald’s, como si los estudios científicos fueran promovidos por el castrochavismo antiyanqui, una corriente tan o más falsa que los mismos estudios científicos de los que nos nutrimos. Sobre la comida de McDonald’s he oído todo tipo de basura (aunque mejor oírla que comérsela, supongo).

Los estudios científicos han diseccionado los ingredientes de las papas de la cadena norteamericana de comida rápida, otros aseguran que sus hamburguesas no son aptas para el consumo humano y que están tan llenas de componentes artificiales que nunca se descomponen, mientras que después de quemarse las cejas, unos científicos de Noruega, que suena a país serio, aseguraron que el lugar más limpio de los McDonald’s es el baño.

El asunto da para tanto, que en medio de tanto detractor hay un defensor: un científico de la universidad de Iowa adelgazó 16 kilos y bajó los niveles de colesterol en su sangre a punta de comer comida de McDonald’s durante 90 días, entre otros rituales. Lo cierto es que, a favor o en contra, a McDonald’s no ha podido tumbarla ningún hombre de ciencia. La marca es tan fuerte que vende 75 hamburguesas por segundo en todo el mundo y hasta hay un indicador económico que lleva el nombre de su producto más famoso: el Índice Big Mac.

Pero de vuelta a los estudios científicos, que es lo que nos convoca. La gente habla de ellos con la misma pasión con la que se refiere a la muerte de un conocido, al clima o a un partido de la selección Colombia, todos temas diseñados para amenizar nuestras horas de aburrimiento. Sirven también para que los periodistas radiales sin material cojan un cable de agencia con algún estudio hecho en la Universidad de Oxford y lo digan al aire para justificar el sueldo. Parece que hacen muchos estudios científicos en la universidades, menos en la mía. Yo, con todo respeto, nunca he oído que un estudio hecho por la Javeriana afirme tal o cual cosa.

Sacan cada conclusión los estudios científicos: que todo da cáncer y que todo engorda, más que todo; pero también que los hermanos mayores son más inteligentes que los menores, que hacer abdominales no ayuda a reducir el estómago, o que entre más selfies se tome una persona es porque menos sexo tiene. Parece que si eres científico, tu tarea no es ayudar a la gente sino desbaratarle aquello en lo que ha creído toda la vida. Y nosotros caemos: damos por irrefutable lo que dicen los científicos y no nos damos cuenta de que, desde la ciencia, las leyes y la religión, la Humanidad se la ha pasado rectificándose a sí misma.

Hace unos meses salió un estudio científico que revelaba la existencia de la llamada ‘mujer sapiosexual’, la cual siente atracción hacia un hombre por su inteligencia. Lo chistoso del asunto es que hablaban de ella no como si hubiese estado siempre entre nosotros, sino como si fuera una especie rara y novedosa hallada en el interior de una caverna, una clase de neardental de los sentimientos. Aunque cada vez haya más científicos y más estudios, yo soy un clásico que me quedo con la teoría de Freud, la cual tiene su buen tiempo ya. Sapiosexuales o no, para repetir la experiencia o hacer las paces con él, las mujeres buscan siempre la misma cosa: a su padre.

Publicada en la edición de septiembre de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 28 de agosto de 2014

Reto

 “¿Quién sería el retrasado de lo del balde de agua?”, me preguntó una amiga la semana pasada. Se refería al ‘Ice bucket challenge’, por supuesto, algo que se volvió sensación en redes sociales en cuestión de horas, lo cual no tiene mérito alguno porque hoy cualquier cosa es furor en internet por nada.

Un día el ‘Ice bucket challenge’ no existía y al siguiente estaba entre nosotros para quedarse. Igual ocurre con muchas de las cosas malas que tiene el mundo, como el Ébola, una enfermedad de la que no sabíamos nada y que cuando oímos de ella por primera vez ya se había cargado a miles de personas. Lo de la cubeta lo empezó a practicar la gente sin saber bien su mecánica, solo porque unos famosos comenzaron a hacerlo. Yo al primero que vi fue a Cristiano Ronaldo, y como ese señor es un tremendo jugador de fútbol pero también un imbécil muy grande, se me hizo una huevonada.

Luego, leyendo sobre el tema, descubrí que eso de echarse un baldado de agua fría encima se lo inventaron para recolectar dinero para la gente que sufre de una enfermedad degenerativa llamada Esclerosis Lateral Amiotrófica. Y buscando un poco más di con que Corey Griffin, uno de sus impulsores, murió ahogado tras lanzarse a un lago poco después de que la campaña iniciara. Al momento de su muerte se habían recolectado 100.000 dólares, hoy el chiste va ya en 50 millones.

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lunes, 25 de agosto de 2014

El dinero plástico

Yo quiero que alguien me explique por qué es más práctico usar tarjeta que efectivo para pagar las cosas, porque la verdad es que no lo entiendo. Es claro que uno no compra una casa con fajos de billetes, pero es que no hablo de eso, sino de la manía de usar dinero plástico hasta para la transacción más insignificante.

Me parecen desconsideradas las personas que pagan el mercado con la débito porque son unas flojas que no piensan en los demás: en lugar de hacer fila en el cajero para retirar efectivo y luego hacer la fila en el supermercado, hacen solo la segunda y retrasan al resto del mundo. Porque el sistema financiero y los usuarios pueden decir misa, pero pagar con tarjeta complica las cosas en vez de simplificarlas.

Tengo analizada la fila del supermercado al que voy, y las personas que pagan con tarjeta detienen todo. Acá en Colombia la línea suele irse cada tanto, lo que hace que todo se demore. Y así funcione, mientras que pasan la tarjeta, meten la clave, le imprimen el recibo, lo firman, lo devuelven y reciben lo factura pasan millones de años. Por lo general, las que más se toman su tiempo en ese tipo de transacciones son las señoras ricas que cargan más dinero plástico del que pueden gastar y hacen mercado un martes a las 10 de la mañana porque no tienen nada más que hacer en esta vida. Y si no están ellas, nunca falta el que paga una gaseosa y un brownie con la débito, todo un escupitajo a la cara.

En teoría es más seguro y limpio usar dinero plástico, yo digo que son bobadas, como si cargar con unos billetes y un puñado de monedas fuera lo más engorroso del mundo. “El efectivo es sucio porque ha pasado por muchas manos”, suelen decir, como si las transacciones bancarias virtuales estuvieran exentas de porquerías morales, que son peores.

También argumentan que por usar las tarjetas devuelven no se cuántos puntos del IVA y regalan millas para volar gratis. ¿De verdad? ¿No conocen el sistema financiero? ¿Ustedes de verdad creen que los bancos regalan algo porque sí? Y después nos quejamos porque las entidades financieras nos tienen de los testículos.

Es que con la plata de verdad no hay pierde, los billetes son bienvenidos en todos lados, no hay sistema caído ni banda magnética desgastada que lo detenga. Trate usted de sobornar a un policía o de contratar a una prostituta de la calle con tarjeta débito, a ver qué le dicen.

Por eso yo tengo una relación íntima con el efectivo. Escondo en mi casa una caleta con billetes de baja denominación y siempre cargo con efectivo, parezco narco pobre. Y lo hago es de tacaño, para no gastar más de la cuenta. Soy tan amarrado que cuando sé que voy a coger taxi dejo la tarjeta débito en la casa, aunque muchas veces haya oído que si a uno le hacen el paseo millonario y no tiene plata, corre el riesgo de que los delincuentes lo maten. Prefiero que me maten a que me roben, así de tacaño soy.

Aunque peor que yo están los que guardan las nuevas monedas de mil. No se encuentran en la calle aunque el Banco de la República haya sacado a circulación 175 millones de ellas, y no se encuentran es porque la gente las acapara por bonitas y para llenar la alcancía de la casa. Gran contraste: se la dan de cosmopolitas haciendo transacciones con dinero virtual para no ensuciarse las manos, pero llenan un marrano como si aún les dieran mesada para el colegio. Abra los ojos, que si usted tiene más de 30 años y su forma de ahorro es guardar monedas de mil, ya viene siendo hora de preocuparse.

Publicada en la edición de agosto de la revista Enter. www.enter.co

jueves, 21 de agosto de 2014

La clase media

El fin de semana pasado fui a hacer compras para la casa y luego a almorzar y había filas en todo: para parquear en el centro comercial, para almorzar en El Corral, para comprar en la Panamericana. Fue un asco, todo estaba lleno de personas de clase media. Dicen que la clase media sostiene la economía mundial, lo que más o menos quiere decir que el planeta entero está cimentado en la mediocridad, lo que sirve para entender el origen de muchos de los males que nos aquejan. Porque es una plaga la clase media, se debería llamar clase mediocre: gente con la habilidad suficiente para no morirse de hambre, pero llena de limitaciones y miedos para dar un salto de calidad.

La clase media está loca y compra todo a plazos: pasa la tarjeta de crédito para viajar y paga en cuotas mensuales un carro que vale 20 veces su sueldo porque cree que un carro, así sea el de más baja gama, le sube el estrato. Gracias a la clase media el mundo se mueve, pero también por culpa de ella es que hay sobrepoblación y trancones. Un clase media empeñaría a la mamá si fuera necesario con tal de obtener el último computador. Tener iPhone 5 pero montar en bus, eso es ser clase media.

La clase media compra en Zara y similares porque quiere lucir bien pero no tiene la plata para entrar a un Hugo Boss. Su casa está armada con cosas de Tugó y Homecenter, que son hasta bonitas, pero de calidad regular. En general, un clase media está lleno de bienes que parecen finos pero que son todos desechables. La clase media aspira a todo de lo de la clase alta, pero chiviado: carros asiáticos con diseño europeo y viajes a Cartagena, donde se hospeda en las cabañas de la caja de compensación familiar a la que está afiliada. Para hacer un plan así, que incluye hasta recreacionista, es mejor quedarse en la casa y no conocer el mar.

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jueves, 14 de agosto de 2014

El primer mercado de mi vida

No espero compasión ni lástima al decir que el fin de semana pasado hice el primer mercado de mi vida. El primero en serio, digo. De niño fui muchas veces con mi madre al supermercado, pero era un mercado ajeno; yo era un parásito que consumía lo que mi papá producía y ella preparaba. Tampoco hablo de las compras de soltero que hice durante los más de quince años que viví solo y que consistían en salchichas, chocolatinas, carne y, en ocasiones, lechuga; todo pensado para ser preparado en no más de diez minutos. Una de las cosas de ser soltero es que comer no es un acto social sino de supervivencia, puro trámite.

Ahora que estoy ensayando para el matrimonio, lo que hice fue un mercado de verdad. Mercado de casa, de familia, de esos de carro lleno que odian encontrarse por delante los solteros cuando llegan a la caja a pagar los pocos insumos que llevan en la canasta.

Me estresó el valor de la compra, siete veces superior a lo que me gastaba cuando vivía solo, pero es que llevamos de todo: cuatro tipos de carne legumbres, frutas, verduras, comida enlatada, para hornear, golosinas y hasta especias. Cuando de especias se trata, un soltero apenas compra sal, y a veces, pimienta.

Hacer mercado de verdad es una cadena, no de gastos, sino de consumo, donde uno adquiere más de lo que puede comer. Ahora tengo la nevera llena por primera vez en mi vida, y la despensa también. Estoy tan desacostumbrado a la abundancia que el otro día no salí de la casa y pasé hambre porque no se me ocurrió ver que el congelador estaba repleto y que en la despensa había todo tipo de granos y enlatados. Es que antes en mi nevera había solo hielo (y eso).

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lunes, 28 de julio de 2014

¿Ustedes me quieren?

Un amigo de Facebook que ni siquiera es amigo, de esos que ve uno en la calle y no reconoce y con el que nunca se ha interactuado ni para el saludo, me escribe por el chat. Dice hola y luego me manda un link para que le dé like a la foto a ver si se gana un concurso. Yo no entiendo a esa gente que no habla nunca y cuando da la cara es para pedir un like, es peor que la que solo aparece para pedir plata prestada.

Culpa del sistema, que es imperfecto. Las redes sociales están llenas de concursos que los ganan los que obtienen más likes o retuits. Cuando eso pasa, los participantes se ponen a mover la maquinaria para ganar así no sean los mejores, justo como los políticos en época de elecciones. Y lo peor es que toca darles me gusta a unas cosas horrendas que a uno ni le agradan, y luego esos likes quedan en el timeline para que todo el mundo lo vea: “A nosequiencito le gusta la foto de fulanito”.

Es un infierno eso de buscar ser aceptado en el mundo digital. Yo me mato por el like y el retuit cada vez que escribo un artículo. En parte porque necesito subirme el ego como sea, en parte porque así es como miden los medios a los periodistas que contratan para que les produzcan contenidos.

Cada vez que comparto una de mis columnas en redes sociales empiezo el conteo. Sueño con llenarme de likes, favs, retuits y comentarios de manera inmediata, y la verdad es que me ocurre con frecuencia. Cuando no, se me viene el mundo al piso. ¿Usted me quiere joder? No le dé like a un artículo mío. Estoy como esas mujeres que montan una foto a Facebook para que las llenen de me gusta y comentarios morbosos, y ni así se les sube la autoestima.

Me calibro y me calibran por los likes así el artículo sea una porquería, porque en el periodismo de internet la calidad se ha vuelto plato de segunda mano. O más bien, popularidad y calidad no van necesariamente de la mano. Es desmoralizante ver que la red está repleta de reportajes y artículos impopulares y de pendejadas adoradas por millones. Además que es una incógnita, nunca se sabe qué de lo que publique va a ser un hit y qué, una porquería en términos de rating. 

Hay medios en los que me han sugerido la forma en que debo escribir para atraer más lectores y me han revelado incluso la cifra mínima necesaria para que mis publicaciones sean consideradas exitosas. ¿Cómo no vivir sugestionado así? Por eso es que me la paso metido a las redes sociales a ver el estado de mis publicaciones y entro a Klout para ver lo influyente que en teoría me he vuelto. Klout es el banco de los pobres, cuando alguien entra y el índice ha subido, se pone feliz. Así deben sentir los ricos cuando la cuenta corriente engorda un puñado de millones de un día para otro.

Hace unos meses leí un artículo que aseguraba que un like valía 1741 dólares. Supongo que será para las empresas, porque yo de ese dinero no he visto un centavo. Por estos días no escribo para buscarme en mis entrañas, ni para contar el mundo, ni para encontrar la paz mental tan necesaria, sino para que me den likes y así me sigan contratando. Pasé de probarme que soy bueno a demostrarles a otros que soy rentable, qué porquería.

Publicada en la edición de julio de la revista Enter. www.enter.co

lunes, 21 de julio de 2014

19 razones para no leer una columna de opinión

El título es una mentira. Ni voy a dar 19 razones ni les voy a decir que no lean una columna de opinión. El nombre del artículo lo puse de gancho para que entraran, porque eso es lo que está mandando la parada en internet.

Nos gustan las listas, siempre lo supimos; lo que nunca sospechamos es que estos se fueran a tomar las redes y que un método tan sencillo fuera a tener buenos resultados. Hoy los medios digitales están llenos de listados para todo, y ahora son con números no redondos. Entre mas raros (63, 11, 23), más rápido entra la gente porque ya no la sorprenden los listados con 5, 10 ó 20 numerales.

Le pregunté por el fenómeno a un amigo que trabaja en una página de internet y me dijo que lo hacían por los clicks, las páginas vistas y los visitantes únicos, que son las estadísticas que mandan la parada a la hora de vender pauta publicitaria, que es lo que permite que los medios digitales sobrevivan.

Pues a esto hemos llegado por la plata, a hacer listados a la loca. Yo los veía todos hasta que descubrí la trampa. Al primero que entré se llamaba ’10 razones por las que en 2013 dejarás tu trabajo’. Se me hizo novedosísimo y además me venía como anillo al dedo porque estaba cansado de ser empleado. Luego vinieron en fila recuentos tipo ’11 motivos para dormir con tu bebé’, ’22 lugares que no vas a creer que realmente existen’, ’29 sentimientos que son mejores que el sexo’ y ‘Las 31 piscinas más exóticas del mundo’.Todos, rankings con poco o ningún tipo de interés.

Pero el peor es uno que dizque fue “furor en las redes sociales” (ahora, hasta un moco pegado en la pared causa furor en redes sociales) que se llamaba ‘Razones por las que enamorarse de una mujer periodista es maravilloso’. Kilos de mierda, uno encima de otro, tenía ese artículo.

Para empezar, las periodistas no son maravillosas, son una jartera. Las que son hembras son también unas tapias, ex reinas que pasan de los desfiles a presentar farándula o a hacer relaciones públicas. También están las que se meten a publicidad, gremio al que no le cabe un idiota más. Por último están las periodistas que escriben, que además de feas son unas mamertas que se creen la verga porque saben juntar tres palabras. Eso, y encima son superinteligentes, supercríticas y no pierden una discusión porque todo lo analizan y todo lo saben.

Pero volviendo a los medios, también han cogido la maña de presentar las noticias incompletas para que uno entre a verlas. Ejemplos: ‘María Luisa Piraquive, la polémica pastora del MIRA, protagoniza un nuevo escándalo. Aquí los detalles’; o ‘Uno de los técnicos de los equipos bogotanos renunció hoy a su cargo. Conoce de quien se trata’.

También se pasan de abusivos al titular piezas tipo ‘20 chistes que solo los intelectuales entienden’ para que la mitad mire a ver si los entiende, o ‘35 cortes de pelo chistosos’; luego subtitulan "El 17 esta de no creer" para que uno entre y busque ansioso el 17, solo para descubrir que es una huevonada.

Cada vez que veo una noticia así, me muero de curiosidad por saber cuál fue el técnico que renunció, descubrir qué tan intelectual soy, o ver el peinado 17. Pero no cedo. No les voy a regalar mi click, por manipuladores.

En el caso de esta columna, muchos van a entrar a leerla por el nombre y la van a abandonar al primer párrafo porque no cumple con lo prometido en el título. Luego se irán en busca de 14 razones para casarse después de los 30 años, o de las 36 formas de hacer sonreír a una mujer. Para entonces será muy tarde porque ya me habrán dado su click, que era lo que necesitaba. Cayeron, zoquetes.

Publicada en la edición de junio de la revista Enter. www.enter.co

lunes, 14 de julio de 2014

Los adoradores de MisterChip

Me aburrí de MisterChip, el tipo de Twitter que da estadísticas todo el tiempo. Empecé a seguirlo en el mundial de 2010 porque era novedad y tiraba cada dato que lo dejaba a uno descrestado, pero le di unfollow antes de que empezara este de Brasil porque descubrí que no decía nada relevante. Mister Chip fue la sensación en Sudáfrica y su nombre se fue esparciendo entre periodistas, deportistas y aficionados al fútbol. De hecho, sus datos empezaron a ser usados en las transmisiones de los partidos, costumbre que se extendió, una vez finalizado el torneo, a más competiciones y a otros deportes.

Y está bien, tiene su gracia. Al español Alexis Martín Tamayo (así se llama) se le abona su dedicación y su profesionalismo. En entrevistas ha confesado que empezó a juntar datos a los 8 años a manera de pasatiempo porque sentía que a las transmisiones de fútbol les faltaba algo, y la verdad es que a sus 41 años puede decir que ha dedicado su vida a ello. Y está bien, pocas personas han sido capaces de convertir su obsesión en un estilo de vida y una forma de sustento.

Pero una cosa son su esfuerzo, seriedad y exactitud, y otra su inutilidad. Uno lee bien, y salvo uno que otro dato relevante esparcido por ahí, MisterChip no dice nada importante. Más de 70 mil tuits redactados a lo largo de cinco años, casi todos llenos de datos que no importan. Basta con meterse a su timeline para leer cosas como que Schurrle es el primer jugador del Chelsea que hace un pase gol en la final de un mundial, o que hasta la final contra Alemania, Argentina nunca había perdido un partido usando el uniforme azul. ¿En serio? ¿De verdad importa eso?

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